Nicanor Parra fue un hombre formado en las ciencias exactas que dio vida a la antipoesía, una lírica llena de ironías, irreverente, antisistémica y excéntrica.

“Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa”, dijo Parra, consciente de los convencionalismos que arrasó. “Suban, si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por la boca y narices”.

Parra, quien falleció ayer a los 103 años, se definió a sí mismo como un “antipoeta” y a su obra como “antipoesía”. Su primer libro, Cancionero sin nombre, vio la luz en 1937 y en 1954 lanzó Poemas y antipoemas, con el que rompió moldes, paradigmas y esquemas. Escéptico por formación (estudió matemática y física), jugaba hasta el extremo con el lenguaje en sus antipoesías, desafiaba los convencionalismos hasta cruzar la línea de la irreverencia y, como señalaba, escribía “para el grueso del público”. También incursionó en exposiciones artísticas irreverentes, como una en que mostró a los expresidentes chilenos colgados por el cuello, y otra en la que exhibió una cruz semejante a la de Cristo, con la leyenda Voy y vuelvo. En una oportunidad utilizó urinarios para montar una muestra de arte.
Sus 90 los celebró con una exposición en la galería del palacio de gobierno de La Moneda, donde colgó las figuras de tamaño natural de los expresidentes. Además, fue profesor de matemáticas y física en una escuela y enseñó mecánica racional en la universidad chilena.

“Lo último que le faltaba a Nicanor Parra para ser inmortal era precisamente haber dejado este mundo terrenal”, indicó el presidente de Chile, Sebastián Piñera, en un discurso improvisado en el que elogió su carácter “irreverente y audaz, lleno de talento e imaginación”.

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