Lorenzo Araújo, nacido en la provincia de San Cristóbal y Ercides Aguasvivas en Peravia, hacen del clima que encontraron en Estados Unidos, su patria de adopción, un tema que les permite construir metáforas matizadas de luces, colores y temperaturas como solo puede hacerlo el creador procedente de zonas tropicales como República Dominicana al establecer diferencias que necesariamente influyen en los temperamentos y hasta en las actitudes frente a la vida.

En Poesía sin tiempo, poemario al que nos refiriéramos anteriormente en esta columna, Araújo, conocido especialista en psiquiatría, destaca los marcados cambios de las estaciones en Nueva York, muy lejos de lo que ocurre en su país de origen: “La verde primavera me vuelve el alma pura,/ Y el azul del verano con su claror me endulza./ Contrastante el otoño de oraciones y plegarias,/ hace que el frío de invierno llene de estío mi alma”.

El banilejo Aguasvivas, ortopedista que ha incursionado con éxito en la política norteamericana, describe en el libro Hudson otoñal, las vivencias poéticas de un dominicano que impresionado con el invierno estadounidense no renuncia a cantarle al amor: “Los primeros rayos de la mañana/ Se levantan sobre las ramas heladas y desnudas,/ y sin que me percibieras,/ caminaba tras de ti/ Colocando mis huellas/ Sobre las tuyas”.

Pero en Humos de leña, otro poemario de Aguasvivas, el autor parece entregarse a la nostalgia por el recuerdo del paisaje del Baní de su infancia, con sus mangos deliciosos y sus piñas silvestres, hasta el punto de llegar a preguntarse en Elegía al tiempo pasado, dedicada al colega Araújo, si “valió la pena” “¿Haber dejado/ nuestra tierra/ que nos daba todo/ sin nada preguntarnos?”.

No hay dudas de que los dos escritores aquí comentados, como reconoce Mateo Morrison con relación a Poesía sin Tiempo, aportan desde el exterior una literatura digna de ser conocida entre sus compatriotas, que es también una forma de ser mejores dominicanos.

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