Lo que aprendí de James Tobin

Yo tenía 17 años. Don Diógenes Fernández, gobernador del Banco Central y amigo de mi padre, me había encargado entregar una caja de cigarros al profesor Henry Wallich.

Yo tenía 17 años. Don Diógenes Fernández, gobernador del Banco Central y amigo de mi padre, me había encargado entregar una caja de cigarros al profesor Henry Wallich.

Los economistas de la universidad de Yale tenían sus oficinas en antiguas casonas en la calle Hill. Entré en una y toqué en una oficina que tenía la puerta abierta, donde había un profesor escribiendo en su máquina, pues no habían PC. Volvió la mirada y me dijo, “¿Me permite un minuto?”

_ “Naturalmente.”

Luego de un momento, aquel hombre de sonrisa tímida y amable se incorporó, preguntando: “¿En qué puedo servirle?”
_ “Busco al profesor Wallich.”

_”Oh… el profesor Wallich. Está en otro edificio en esta misma calle.” Y agregó: “Venga, le enseño.”

Salimos a la calle, donde me señaló otra casona, mas alejada, en la acera de enfrente.

Este incidente sin importancia se gravó en mi memoria, pues pronto supe que aquel hombre de sonrisa discreta y amable era James Tobin, destinado a ganar el premio Nobel, y gloria del Departamento de Economía de una de las más prestigiosas universidades del mundo.

Meses después asistí a un debate entre Milton Friedman, el gurú del monetarismo de la Universidad de Chicago, y James Tobin, de tendencia keynesiana. Recuerdo que ante las incisivas preguntas de Tobin sobre un aspecto de sus teorías, Friedman contestó que no tenía una explicación, pero que sus ideas estaban confirmadas por sus investigaciones. Acto seguido, dirigiéndose a la audiencia expresó: “Imagínense que existe una caja negra que no hemos logrado desentrañar, pero que el resultado que sale de ella es el mismo que yo postulo.” Aquellos dos hombres brillantes estaban destinados a recibir el Nobel de economía. La inteligencia y capacidad persuasiva de Friedman resultaron legendarias.

Tobin postuló, y con razón, que la realidad era más compleja que algunos aspectos de las teorías de Friedman. Los agentes económicos demandan dinero, pero igualmente todo un abanico de instrumentos financieros, dependiendo de la tasa de interés o de retorno, y de su aversión al riesgo. Esto nos parece hoy algo frívolo, pero la genialidad consiste en haber desarrollado la idea originalmente. Aquel escrito de Tobin tenía unas pocas páginas, salpicadas de ecuaciones matemáticas. De ahí el consejo que se nos repetía en la universidad de escribir algo significativo, brevemente. Lograrlo estaba reservado a unos pocos.

Sin embargo, el haber tenido contacto con personas como el profesor Tobin, nos enseñó una lección más importante, aunque debo decir, que nunca suficientemente aprendida: la marca de un hombre verdaderamente grande es su modestia y discreción. La arrogancia es el signo distintivo de los seres pequeños, quienes equivocan la arrogancia con la grandeza, pero erran, pues cada una es la antítesis de la otra.

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