2018 se perfila con un año en el que el crecimiento económico continuará siendo moderado, con estabilidad de precios y de tipo de cambio, y sin reformas económicas e institucionales de importante calado. La expansión del PIB probablemente será cercana a 4.5% lo que significa que difícilmente se verán logros o retrocesos significativos en empleos o pobreza, la inflación estará cercana al 4%, y la tasa de devaluación del peso dominicano frente al dólar podría observar un ritmo muy similar.

Sin embargo, hay dos amenazas externas que ameritan atención. La primera de ellas es el alza en las tasas de interés en los mercados financieros internacionales como consecuencia de la “normalización” de la política monetaria en Estados Unidos. Se espera que, en el transcurso del año, la Reserva Federal de ese país incremente sus tipos de interés tres veces, alejándola así de los niveles ultrabajos que han prevalecido en los últimos años en respuesta a la crisis internacional.

Aunque no se espera que esto afecte de inmediato los compromisos de deuda pública actuales porque en su mayoría tienen tipos de interés fijos, endurecerá las condiciones para el acceso al crédito público externo, en especial de 2019 en adelante, y puede obligar a las autoridades monetarias a subir su tasa de política monetaria, y con ello las de todo el sistema financiero, para evitar la salida de capitales. Esto impactaría negativamente en la inversión y en el crecimiento.

El petróleo en alza y sus causas

La segunda de ella es la más importante y se refiere al precio del petróleo y sus derivados. Desde mediados de 2017, los precios de los diferentes crudos han venido subiendo de manera relativamente consistente. En diciembre, el precio spot (compras inmediatas) del West Texas Intermediate (WTI), el petróleo de referencia para el país fue de 57.51 dólares por barril, 12.33 dólares o 27% por encima del observado en junio, y 25.83 dólares u 83% por encima del observado en enero de 2016. De hecho, en diciembre el precio spot del WTI fue el más alto desde mediados de 2015.

Las proyecciones apuntan a que el alza observada especialmente en el segundo semestre de 2017 no es temporal y que 2018 será un año en que los precios relativamente altos se sostendrán. La agencia de información de energía de Estados Unidos (EIA, por sus siglas en inglés) proyecta que el precio medio del WTI en el año será de 52.77 dólares por barril, un 4.4% más alto que el precio medio observado en 2017 y un 21.8% más elevado que en 2016. Goldman Sachs, por su parte, un banco estadounidense, proyecta un precio más elevado: 57.5 dólares por barril (casi 14% más que en 2017), y una encuesta a analistas del mercado de la agencia Reuters lo proyecta en 55.78 dólares (10.3% más que en 2017).

Para los años por venir, se prevén precios aún más elevados, aunque todavía algo lejos de los más de US$ 100 por barril que se registró en varios períodos entre 2011 y 2014. Es evidente que, así como llegó el fin del tiempo de tipos de interés muy reducidos, también hemos llegado al fin del período de precios internacionales ultra-reducidos de los hidrocarburos.

Hay al menos tres factores que explican el alza. Primero, una demanda de petróleo en crecimiento, sostenida por la recuperación económica global. Segundo, la decisión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de mantener los recortes en la producción por lo menos hasta mediados de 2018. Tercero, el efecto de largo plazo de los bajos precios que hicieron declinar la exploración y explotación de nuevos yacimientos. Esto ha contribuido a reducir el crecimiento de la producción global.

El tamaño del problema

Para la República Dominicana, el alza en los precios internacionales del petróleo y sus derivados es un serio problema porque el peso de la factura petrolera es muy elevado, consumiendo una enorme cantidad de recursos en general, y de divisas en particular.

En 2017 es probable que la factura petrolera termine alcanzando unos 2,800 millones de dólares. Esto sería equivalente a cerca del 20% de las importaciones nacionales (excluyendo las de zonas francas), al 27% de todas las exportaciones totales de bienes, al 60% de las exportaciones nacionales (excluyendo las de zonas francas), a poco menos del 15% de las exportaciones totales de bienes y servicios, y a 3.7% del PIB.

En 2012, antes de la reducción de precios del petróleo iniciada a fines de 2014, la factura petrolera fue de casi 4,800 millones de dólares, unos 2 mil millones más de lo que fue el año pasado. Eso fue equivalente a casi un tercio de las importaciones nacionales, más de la mitad de las exportaciones totales, 700 millones de dólares más que el valor total de las exportaciones nacionales (excluyendo las de zonas francas), un tercio del valor de las exportaciones de bienes y servicios, y casi un 8% del PIB.

Estas cifras muestran el dramático impacto que tiene los cambios en el precio del petróleo en el país, y sugiere cuánto han sido favorecidos por el alivio petrolero el crecimiento económico y la estabilidad de precios y cambiaria. Pero al mismo tiempo, sugieren el tamaño de la amenaza de una tendencia al alza.

El gráfico adjunto muestra los precios efectivos en el mercado spot del WTI en 2015, 2016 y 2017. Pero, además, indica el precio de referencia usado por el gobierno para sustentar las proyecciones macroeconómicas que apoyan las previsiones presupuestarias de 2018, y las proyecciones de la EIA, de Goldman Sachs y de los analistas encuestados por Reuters.

Los contrastes son importantes. Mientras la ley de presupuesto fue preparada sobre la base de una proyección del precio del WTI de 49.2 dólares por barril, la EIA, Goldman Sachs y Reuters proyectan un precio que supera al del presupuesto entre 7% y 17%. En caso de cumplirse las proyecciones de precios más elevados, por ejemplo, que el precio medio se ubique por encima de los 55 dólares, el crecimiento del PIB y del empleo sería impactado negativamente, y las cuentas externas no se verán tan bonitas como se esperaba.

Si el precio que predice Goldman Sachs es el correcto y el volumen de importaciones se mantiene estable en 2018, la factura petrolera aumentará en más de 360 millones de dólares. Eso equivale a un mes de exportaciones nacionales y a 15 días de actividad turística.

Impactos fiscales limitados

Por fortuna, el impacto sobre las finanzas públicas no parece que sería muy severo y, de hecho, sería moderadamente positivo, debido a que, aunque el alza eleva el gasto en subsidio eléctrico, también incrementa las recaudaciones porque aumenta la base imponible del impuesto selectivo ad valorem. Este impuesto recauda un tercio de todos los ingresos por impuestos sobre los hidrocarburos. En 2017, probablemente haya terminado recaudando unos 16,600 millones de pesos. Las previsiones para 2018 es que éste recaude 21,700 millones de pesos, pero si el precio del WTI termina siendo más elevado que el previsto en el presupuesto, las recaudaciones podrían aumentar entre 1,500 y 3,500 millones de pesos.

Por su parte, el subsidio eléctrico aumentaría porque el valor de las pérdidas de las EDEs sería mayor, pero no lo suficiente como para compensar el aumento de los ingresos. El monto de las transferencias corrientes previsto en el presupuesto para la CDEEE, el grueso de la cual se dirige a subsidiar las pérdidas de las EDES, es de algo menos de 18 mil millones de pesos, un monto menor a las recaudaciones por el selectivo ad valorem a los hidrocarburos.

A largo plazo

A corto plazo, hay poco que hacer respecto al efecto que tendrían las alzas moderadas pero continuas de los hidrocarburos. Nueva vez, las respuestas son de largo plazo y tienen que ver con una tarea que tradicionalmente ha tenido insuficiente atención en el país: eficiencia energética, más energías renovables, y más exportaciones de bienes y servicios y generación de divisas, que reduzca la vulnerabilidad de la economía a los shocks petroleros.
Desde 2015 ha habido un respiro, pero éste ya ha empezado a terminarse. Aunque hemos perdido tiempo y oportunidad, esas tareas continuarán siendo críticas.

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