Una tradición en las letras dominicanas es la presencia de médicos que dedican parte de su tiempo a producir textos que enriquecen los diferentes géneros literarios sin que necesariamente abandonen el ejercicio profesional. En esa corriente hay que incluir al doctor Federico Atahualpha Leazard Olivera, quien con su obra La vida es un cuento se une a sus colegas contemporáneos y de generaciones pasadas, entre los que se destacan Francisco Moscoso Puello, Evangelina Rodríguez, Antonio Zaglul, Martha Broun, César Mella y Alejandro Uribe Peguero, por solo mencionar una pequeña representación de galenos con marcada vocación literaria.

Es todavía materia pendiente para los investigadores, especialmente en los campos de la sociología y la psicología social, el porqué San Pedro de Macorís ha sido la cuna de tantos literatos con relación a otras provincias, que como se ha resaltado con frecuencia no se limita a la cantidad de los exponentes sino también a su calidad estética. Desde ya se espera otro libro de Leazard titulado Fanático descabellado de las Estrellas Orientales, que según se anuncia va dirigido a los adolescentes con relación a los valores morales y culturales.

El primer cuento de la colección, He perdido un amigo, narra la vida de un perro que como el Floreo de José Rijo encarna la lealtad y la dignidad de la especie canina hasta el extremo de dar la vida por su amo y benefactor en el momento que tres malhechores, de los tantos que abundan en estos tiempos, le atacan sin piedad para robarle.

En La vida es un cuento Leazard refleja escenas muy comunes de la vida dominicana actual, muy particularmente de la provincia petromacorisana, como en los relatos Las Chismosas, El indeseado, Profe no fui yo y Por no estar de acuerdo con el suegro, con los que según expresa en el prólogo no busca plasmar un manual de moral y cívica ni de sociología, pero sí contribuir con una mejor sociedad.

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