Duvergé entró, con 45 años de edad, en la sombra de la muerte, pero lo hizo cargado de dignidad, con su característico valor y guarnecido con los mimbres de la proceridad

El general y presidente de la República Pedro Santana Familia, luego de realizar todo tipo de persecuciones, intrigas, zancadillas y maldades (incluso el confinamiento por seis largos años) contra Antonio Duvergé, maniobró con el concurso abierto de los endriagos con ropaje humano que apoyaban sus tropelías para que una corte marcial y farisaica, con orden de hacer “un fallo urgente y sin apelación admisible”, condenara a muerte a este ilustre patriota.

La nefasta sentencia del espurio tribunal santanista se materializó en una especie de Huerto de los Olivos, el 11 de abril de 1855, dos días después de ser dictada, frente a una tapia del cementerio del poblado de Santa Cruz de El Seibo donde estaba arrinconado el héroe y mártir junto con sus hijos.

Como parte del crimen también fueron fusilados el patriota Tomás de la Concha, novio de Rosa Duarte, la gran activista independentista, hermana del Padre de la Patria Juan Pablo Duarte, y un hijo del héroe, Alcides, con apenas 23 años. Otros dos de sus hijos, Daniel y Arístides Duvergé, con 15 y 7 años, respectivamente, fueron confinados en Samaná, como si hubieran sido animales de cacería ubicables en un coto cerrado.

Con tan abominable acción se cumplió el clásico “ordeno y mando”, tan propio del talante de autoridad exclusiva que se anida en seres de profundo y enfermizo individualismo como el que poseía en su “adn” el tosco Pedro Santana Familia, cuyo perfil humano en términos generales permite decir que carecía de límite ético y que no tenía ningún reparo moral, pues sus mociones interiores y sus resortes sicológicos siempre giraban en torno a la maldad y la ambición.

El juzgado de marras fue presidido por el general Eugenio Miches, formando parte esencial del mismo el entonces gobernador de El Seybo, general Juan Rosa Herrera Peguero, apodado El Tuerto, quien en el 1869 fue a su vez fusilado por el mismo grupo de poder al cual servía como amanuense. Actuó como fiscal de la farsa judicial en cuestión el teniente Pedro Bernal.

Posteriormente el general Eugenio Miches fue víctima de la vesania de Buenaventura Báez, quien lo mantuvo durante más de cinco años prisionero y con grilletes en la Fortaleza Ozama, también conocida para entonces como La Fuerza.

Más allá de la muerte

Sobre el destino de Miches abunda la historia, pero para tener una noción clave basta leer las páginas 93-94 de la novela histórica Pablo Mamá, de Freddy Prestol Castillo.

Pedro Santana, con sus instintos primigenios e invadido por un odio sazonado con sal gruesa, pensó que matando a Duvergé se quitaba un cirro de encima, y despejaba el cielo de su vida pública, pero fue todo lo contrario, pues por ese y otros hechos parecidos la historia lo marcó para siempre con la estampa indeleble del traidor.

La memoria de su accionar como hombre público está en los tenebrosos socavones del desprecio nacional. Duvergé entró, con 45 años de edad, en la sombra de la muerte, pero lo hizo cargado de dignidad, con su característico valor y guarnecido con los mimbres de la proceridad.

Terminaba su vida física, pero al ingresar al largo martirologio de ilustres figuras de la dominicanidad fue como su último toque de corneta para perpetuar en la historia nacional su egregia personalidad.

Santana llegó a sus posesiones de la sección El Prado, en la campiña de El Seybo, en la víspera del crimen, acompañado de su numeroso séquito, con sus cúmbilas, y con su parafernalia de armas que por lo variada y numerosa formaban una auténtica panoplia. Con ese aparataje infundía miedo a una población que desaprobaba el hecho ignominioso que se iba acometer.

Con el suelo aún empapado de la sangre fresca de Duvergé y los demás fusilados arribó al lugar patibulario el apodado caporal de Guabatico con su “energía agreste”, comido por “las sierpes de la intriga” y con su “ánimo irascible”. Algunos cronistas hablan de profanación de los cadáveres, otros lo niegan. Es un aspecto controvertido de esa tragedia.

Dicen que ese fatídico día el cielo estaba plomizo y gris en el pueblo oriental donde se venera la llamada Cruz de Asomante. No era para menos, ante el crimen disfrazado de decisión judicial que se cometió en las ondulaciones seibanas.

Se crea o no en eso es pertinente decir, por su aspecto connotativo con el hecho de sangre referido, que la psicología de los colores le atribuye al gris una vinculación con el denominado Juicio Final.

Sepultura a un héroe nacional

La osamenta de Antonio Duvergé reposó durante 38 años en el cementerio de El Seybo.

El 27 de febrero del año 1893 los restos mortales de tan brillante patriota fueron enterrados de nuevo, esa vez con la debida solemnidad, en la iglesia San Dionisio, de la ciudad de Higüey, luego de recibir los honores protocolares correspondientes a su elevada estatura de héroe nacional.

En la ocasión sus huesos y su memoria fueron arropados por sus compañeros de armas nativos de esa ciudad del Este del país, así como por legiones de ex combatientes que se desplazaron desde diversos lugares del territorio nacional para rendirle un agradecido adiós al bravo Duvergé.

Posteriormente, el 31 de enero del 1911, el entonces presidente de la República Ramón Cáceres ordenó que los restos de Duvergé fueran exhumados del suelo higüeyano y llevados en solemne procesión, en un acto de justicia, a la Capilla de los Inmortales, en la Catedral Primada de América. Después sus cenizas fueron colocadas en un nicho del Panteón Nacional, donde reposan.

Es de justicia anotar que la viuda del patriota Antonio Duvergé, doña Rosa María Montás Martín de Duvergé, quien siempre lo acompañó y lo alentó tanto en la guerra como en la paz, vivió 40 años en Higüey, donde murió el 19 de octubre de 1895, tal y como lo resalta el historiador Vetilio Alfau Durán en su libro Mujeres de la Independencia, publicado en el año 1945.

De tan ilustre dama dejaron anotado los memorialistas de aquella época que vivió su etapa otoñal con pobreza material y riqueza espiritual, lo cual hace pensar que en su momento postrero ella desbordaba una dignidad superlativa.

El poeta y novelista Freddy Gatón Arce pone en boca del personaje de ficción Sila Cuásar que el cura párroco de Higüey, al informar a monseñor Meriño de la muerte de la noble y sacrificada viuda de Duvergé, lanzó este dardo: “!Las cosas de Dios! Sufrir tanto una mujer como ella, toda bondad y cariño! Y en cambio, gozan tanto algunos malvados!” (La Guerrillera Sila Cuásar, capítulo doce).

Municipio en honor a Duvergé

Con el nombre de Duvergé se bautizó la localidad antes llamada Las Damas.

Este histórico pueblo está situado en una explanada entre la Sierra de Bahoruco y la orilla sur del Lago Enriquillo.

Es importante decir que este lago, llamado por los taínos Hagueygagón, es la mayor porción de agua léntica de todo el Caribe insular.

Desde el parque municipal de Duvergé, haciendo coordenadas hacia su lado noroeste, se llega directamente al centro de ese inmenso cuerpo de agua salada.

En ese punto se encuentra la isla lacustre denominada Cabritos, con una extensión superficial de 24 kilómetros cuadrados, en la cual hay roble, cucharetas, cocodrilos americanos, guayacán, palomas coronitas, guasábara, iguanas rinocerontes, cuquey, saona, garzas cenizas, martinetitos y en fin, es asiento de una gran diversidad de flora y fauna.

Según las crónicas de antaño esa isla era cubierta en verano por miles de mariposas amarillas migratorias.

Los pajonales estacionales y otras singularidades de la isla Cabritos fueron elevados a la categoría de obra de arte, gracias al dominio fotográfico de Wifredo García Domenech. La performance de ese excelente fotógrafo domínico-catalán, fallecido a temprana edad, ocurrió en la década de los años ochenta del siglo pasado.
Esas fascinantes fotografías de García Domenech, hechas con precisión expositiva, se acoplan, sin previa sincronización entre ellos, con un relato sobre esa isla dominicana publicado inicialmente en el 1979 en este mismo periódico El Caribe por Félix Servio Ducoudray hijo, en el cual se lee, entre otras muchas cosas, lo siguiente: “En Cabritos, donde están situadas algunas de las principales playas de anidamiento, se ven ahora menos cocodrilos que en ocasiones anteriores” (Ver La Naturaleza Dominicana, tomo 2, Editora Corripio 1º de marzo del 2006). La isla Cabritos está escoltada por dos islotes llamadas La Islita y Barbarita.

En Duvergé está emplazado el décimo cuarto Batallón de Infantería del Ejército de la República Dominicana, con su sede en la imponente Fortaleza General Francisco Sosa, denominada así en honor al héroe nacional que en diciembre de 1856 en Cambronal (hoy municipio de Galván) derrotó y puso en desbandada al ejército invasor haitiano.

Accionar
La memoria de su accionar como hombre público está en los tenebrosos socavones del desprecio nacional”.

Posted in Cultura

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas