Para muchos, el arbolito es un símbolo de los mensajes de paz y amor relacionados al nacimiento de Jesús, pero va mucho allá

S i existe un elemento asociado a la Navidad, ese es el árbol. Pocos hogares se resisten a la tentación de instalar uno para celebrar las festividades navideñas. En nuestro país, si bien el comercio inició muy temprano, los hogares se aprestan a decorar a finales de octubre o principio de noviembre. Es una costumbre que la mayoría disfruta en familia, desde los más pequeñines hasta los más grandes.

Sin importar cuál haya sido su origen, el verdadero y auténtico significado del árbol de Navidad es el de evocar en familia, con amor, paz, regocijo, fe y esperanza, el nacimiento de Jesús.

Jeremías, el profeta del siglo VII a.C., dice que “las costumbres de los pueblos son vanidad” porque un leño “con plata y oro lo adorna, con clavos y martillo lo afirman para que no se mueva”.

Jeremías se refiere a la vanidad de adorar “objetos sin valor”, propia de los paganos, en vez de venerar al Señor, “el Dios verdadero”, según la fuente consultada de National Geographic.

El árbol de Navidad no existía como tal, pero estos versículos revelan una costumbre ancestral: “cortar un árbol para adornarlo o, como hacían los babilonios, para dejar regalos debajo del mismo”.

Tertuliano, un cristiano que vivió entre los siglos II y III d. C critica los cultos romanos paganos imitados por algunos de sus correligionarios de colgar laureles en las puertas de las casas y encender luminarias durante los festivales de invierno.

Los romanos adornaron las calles durante las Saturnales, pero fueron sobre todo los celtas quienes decoraron los robles con frutas y velas durante los solsticios de invierno. Era una forma de reanimar el árbol y asegurar el regreso del sol y de la vegetación.

Desde tiempos inmemorables el árbol ha sido un símbolo de la fertilidad y de la regeneración.

A partir de entonces se empezaron a talar abetos durante la Navidad y por algún extraño motivo se colgaron de los techos de forma invertida. Se cuenta que el teólogo Martin Lutero puso unas velas sobre las ramas de un árbol de Navidad porque centelleaban como las estrellas en la noche invernal. Dos ciudades bálticas se disputan el mérito de haber erigido el primer árbol de Navidad en una plaza pública Tallin (Estonia) 1441 y Riga (Letonia) en 1510.

Unos comerciantes locales instalaron un abeto en la plaza del mercado de Riga, lo decoraron con rosas artificiales, bailaron a su alrededor y finalmente le prendieron fuego.
Otras fuentes apuntan a que en la antigüedad los germanos estaban convencidos de que tanto la Tierra como los Astros pendían de un árbol gigantesco el Divino Idrasil o Árbol del Universo, cuyas raíces estaban en el infierno y su copa en el cielo.

Ellos, para celebrar el solsticio de invierno- que se da en esta época en el hemisferio Norte- decoraban un roble con antorchas y bailaban a su alrededor.

Alrededor del año 740, San Bonifacio- el evangelizador de Alemania y de Inglaterra- derribó ese roble que representaba al Dios Odín y lo reemplazo por un pino, el símbolo del amor eterno de Dios.

Este árbol fue adornado con manzanas (que para los cristianos representan las tentaciones) y velas (que simbolizaban la luz del mundo y la gracia divina). Al ser una especie perenne, el pino es símbolo de la vida eterna. Además, su forma de triángulo representa a la Santísima Trinidad.

En la Edad Media, esta costumbre se expandió en todo el mundo, llegando
luego a América.

El primer árbol de Navidad, decorado como lo que conocemos hoy día, se vio en Alemania en 1605 y se utilizó para ambientar la festividad en una época de extremo frío. A partir de ese momento, comenzó su difusión: a España llegó en 1870, a Finlandia 1800 y en el Castillo de Windsor, Inglaterra, en 1841, de la mano del Príncipe Alberto, el esposo de la Reina Victoria.

Con el tiempo todo se fue modificando, las manzanas han sido reemplazadas por adornos muy diversos, que van desde esferas y bastones hasta peluches, lazos, ardillas, piñones, caramelos…. Que se realzan con las luces eléctricas, fijas o intermitentes, multicolores o monocromáticas, que han venido a sustituir a las velas o las antorchas.

En nuestros tiempos y en casi todas las latitudes, las ceremonias de encendido del árbol de Navidad constituyen un verdadero acontecimiento, y se han convertido en todo un ritual en ciudades como New York y Praga, un espectáculo que aglutina a miles de personas. En muchas de esas ciudades la gente se da cita alrededor del árbol para despedir el año y recibir con regocijo al que llega.

Qué significan los adornos

Las bolas: representan los dones que Dios les da a los hombres. Las de color azul simbolizan el arrepentimiento, las rojas, las peticiones, las doradas alabanzas y las plateadas agradecimiento.

La estrella: Colocada en su tope, representa la fe que nos guía.

Las cintas o lazos: Simbolizan la unión familiar y la presencia de nuestros seres queridos alrededor de los dones.

Angelitos: son los mensajeros entre nosotros y el cielo. Quienes nos protegen.
Las luces: iluminan nuestro camino en la fe. No importa el color si son intermitentes o no.

Los colores del árbol navideño han variado con el tiempo

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