Tenía previsto viajar con ellos. Una información confusa evitó que subiera al avión. Por ello no estoy muerto. Hoy, 25 años después, rindo tributo a nuestros inmortales del ajedrez fallecidos el 15 de noviembre de 1992, en un accidente aéreo en la Loma Isabel de Torres, Puerto Plata, mientras se dirigían a Cuba. Honor eterno a Juan José Matos Rivera (Pachón), Marcelino De La Rosa, Manolo Marte, Héctor Ogando, César González y Adelquis Remón (cubano).

Cuando me enteré de la tragedia, casualmente leía la biografía del inmenso José Raúl Capablanca, excampeón mundial, quien afirmaba que “el ajedrez es algo más que un juego, es una diversión intelectual que tiene algo de arte y mucho de ciencia. Es además, un medio de acercamiento social e intelectual”. Cerré el libro y con mi alma destrozada, tomé lápiz y papel y escribí con tintas de lágrimas lo que publico a continuación.

“El luto traspasa las fronteras del deporte y el ajedrez es la causa. Observo casillas ardiendo y seres humanos dirigiéndose al cielo.

Las piezas pierden la cordura y no tienen idea de sus funciones en el tablero. Los peones lloran golpeando sus plebeyas figuras contra un verdoso tablero de ajedrez de apariencia tétrica, incendiaria y pasmosa.

Los caballos brincan como locos y se estrellan contra un muro de fuego cual suicidas desesperados por amores perdidos en la eternidad. Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldicen sin cesar a la montaña asesina y se lanzan al vacío dejando aturdidas a las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque decidieron matar la vida. Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y ahora anhela desplomarse y perderse en el infinito.

¡Oh gambitos perfumados, la torre ya no es piedra, es espuma celestial!

Y la reina, desde siempre hermosa, hoy sufre radicales transformaciones estéticas que la obligan a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la contemplaron como el ser más sublime de la naturaleza, y su pesar y su dolor se expanden con fuerza de huracán, prometiendo arruinar los pensamientos calculados de los amantes quijotescos del juego-ciencia. Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tiene escapatoria, Se ha rendido con orgullo y gallardía ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.

Con la tragedia solo ha ganado Dios, quien junto a ángeles y arcángeles disfrutará en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecistas que no lograron alcanzar la patria de José Martí. Estas líneas, escritas con mi mano temblorosa y mi corazón desgarrado, también las dedico a un hombre honesto que allí murió: Rafael Espinal (Felo)”.

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