Se hace difícil echar esta vaina, por tener que acudir a anciana memoria que no recuerda sus recursos y me hace súbdito del procesador, que hoy impide acceso a mi biblioteca y a la red.
Como quiera va. El noble amigo, a quien veo como Barón de la Atalaya, aun sin ser Guzmán, envió a sus amigos un interesante escrito sobre el maní, esa leguminosa que conoció Colón, así como también la conocieron quienes llegaron a poblar esta isla de Haití en su segundo viaje.

Los especialistas sobre orígenes de especies vegetales, dicen que el maní es originario de Sudamérica, no de centro ni Norteamérica, aunque los lingüistas incluyen como misma cosa al maní y a otros tres léxicos derivados del náhuatl: cacahuate, cacahuete y yicacahuete. Las tres voces náhuatl significan cacao de la tierra, expresión que evaluada en contraste con el valor del bien de mayor apreciación entonces, deja entrever el sitial del maní en la agricultura de Centro América y México.

Pienso que si cierto, el hecho de que en esa geografía se llamara así al maní, tiene varias implicaciones. La primera es que el maní llegó a la zona después de que la cultura existente considerara al cacao como bien de máximo valor, pues de no ser así se habría dado al maní denominación propia, no una sub-alterna.

El maní salió de aquí –esta vaina que amamos, devaluamos, criticamos y hasta desconsideramos– hacia Europa, África y Asia para conquistar al mundo. Ha sido, como lo indica su nombre náhuatl, el mejor producto de la tierra abajo de la tierra, y por las implicaciones de ocupación y de mejoría del bienestar humano bajo la férula del esclavismo, y por su acción de mejorar la nutrición y alimentación de los pobres de la tierra desde entonces.

Es oloroso, con aroma cautivante; tan cautivante y tan sabroso el sabor del maní tostado es, que cuando se compra una pequeña bolsa para saldar el antojo, uno tiene que volver a la tienda a comprar otras.

De esta, despreciada por nosotros, tierra, llegaron a Europa y al resto del mundo ingredientes principales de sus hoy platos famosos desde esta lejana isla que nunca conocieron, ni siquiera por referencias de los navegantes que con ellos traficaron, ni supieron que sus nuevas riquezas provenían de una nación incógnita que permanece sin nombre propio.

Pero, vivan siempre para nosotros y los demás pueblos del mundo la yuca, el jengibre, el maíz, el maní o mambá, el ají, la bija, la cañafístola, el cajuil, el algarrobo, la guama, la guanábana, el anón, la jagua, el ananás –la piña, la acerola, los jobos, el sapote y el sapotillo –el níspero dominicano, la uva de playa, la pomarrosa, … Vivan también el burén, la canoa, el yucayeque, la hamaca, el conuco, el casabe, la torta amarga, el guanimo, el cuy, el guacamayo, la cotorra y el perico, el pájaro bobo, el barrancolí, la cigua palmera, el cucú, los flamencos, los caimanes, manatíes y jutías, las iguanas, la hicotea y el carey. Que sigan llenándonos de alegría el carite, el pargo, el mero, el róbalo, el sábalo, la picúa, el bonito, el jurel, la cherna, el doctor, la liza, la diahaca, la carpa.

Vivan los descubridores originales, los Ciguayos…

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