La reciente declaración de independencia de Cataluña ha dejado a la sociedad y la economía catalana fracturada y maltrecha, y el futuro de los catalanes envuelto en una confusa incertidumbre.
Y es que el populismo impulsa y se alimenta de la división, pues resulta ser políticamente efectivo dividir las sociedades en dos bandos, los virtuosos y los malos, o los explotados y los explotadores. Además, hay un elemento radicalmente emocional en el fenómeno populista. Naturalmente en todas las sociedades existen injusticias, y agravios, pero el populismo expresa sus reclamos con un lenguaje dirigido a manipular las emociones, y no a la reflexión objetiva. Esto explica que las reiteradas acusaciones de represión al democrático estado español, absurdo a la distancia, adquieran credibilidad en un ambiente cargado de emociones.

El populismo -de derechas o de izquierda- tiene un concepto de la libertad y la democracia muy difícil de reconciliar con las verdaderas instituciones democráticas. Los populistas que se dicen personificar la verdad, lo justo, el porvenir, o la nación tienen poca paciencia con la aburrida actividad de contar los votos. Tomemos el ejemplo del referendum catalán. El mismo se realizó sin garantías, pero qué importan unos votos mas o menos, o qué importa si se obtuvo una mayoría. Lo importante es que los que votaron, que indudablemente fueron muchos, representaban la “nación,” y de ahí la legitimidad, que los votos no le dieron.

Aun más, la tensión del populismo con la democracia alcanza al papel de la constitución. Resulta sorprendente que en una democracia madura, en un país culto, los líderes independentistas catalanes hayan enfrentado la constitución. Y es que cuando el populismo no puede conseguir sus objetivos dentro del marco legal, entonces lo desafían.

Resulta un hecho reiterativo que desde que el populismo entra en escena, la economía entra en crisis, producto de la incertidumbre económica resultado del desafío a las instituciones, al estado del derecho, y del ambiente de crispación y división social. Los empresarios y la tradicional burguesía catalana parecen haber sido sorprendidos por los hechos, como consecuencia de no haber puesto suficiente atención al entorno social, y de no haber advertido de manera vigorosa a la sociedad sobre las peligrosas consecuencias de la aventura independentista. Como resultado han partido alrededor de 2000 empresas, que representan el 40 del Producto Interno de Cataluña. Los directivos del Caixa Bank, cuyo capital contable excede los 25 mil millones de euros, deben sentir un profundo sentimiento de frustración, al haber abandonado una región íntimamente asociada con su imagen e historia. Siendo así, estamos ante un fracaso de la clase política, y la clase empresarial catalana, que no se involucró para intentar moderar un movimiento destructivo, y como consecuencia han debido huir, ante el ascenso de un populismo (en este caso) nacionalista.

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