Obvio los protocolos propios de una misiva privada. Como sabe usted, porque era jefe del DICRIM entonces y hablamos por teléfono esa misma noche, que en la tarde del pasado 1ero de agosto, fui objeto de un asalto en mi casa. Dos bandidos armados con pistolas, irrumpieron en mi residencia, y me sorprendieron mientras dormía siesta en un sillón de extensión. Me desperté con la aterradora experiencia de un hombre armado apuntándome mientras caminaba hacia mí, al tiempo que me ordenaba levantarme. Tres adultos y 3 niñas: dos nietas y una ahijada, teniendo la mayor 10 años. Los adultos amarrados y colocados bocabajo en el piso, mientras por más de media hora, registraban gavetas y fracturaban muebles. Sustrajeron dinero, numerosas joyas que pertenecieron a mi difunta esposa, dólares de una sobrina que nos visitaba. Buscaban armas, joyas y dinero, nada electrónico. Entraron con las caras descubiertas, lo que me aterró pensando en que nos matarían para evitar la identificación.
Dejaron huellas esparcidas en todos los objetos que tocaron y en especial en un espejo y una ventana. Le solicité a usted una cita, que fue concedida con celeridad, para las tres de la tarde de un día de septiembre. Le esperé por 3 horas, hasta que la dignidad me empujó a abandonar su antedespacho. Su ayudante tiene copia de la denuncia que hube de hacer. Nadie se ha comunicado conmigo, a pesar de la condición de miembro del órgano superior de la Autoridad Monetaria y Financiera.

Soy parte de las estadísticas del crimen, con dolorosa experiencia, que ha marcado mi vida con la paranoia propia del que siente violentada la intimidad de su hogar, poniendo en riesgo la vida de la inocencia infantil de dos de mis nietas y de una ahijada. Veo amenazas en todo el que se me acerca, transformando mi existencia en una secuencia de sobresaltos y temores. Repetir la historia es vivir la pesadilla del hecho mismo. Esto no es percepción general; no se trata de sensaciones, es realidad de la inseguridad con la que vivimos, a la que sumo la indefensión propia de la inacción de quienes están supuestos a prevenir crímenes y a perseguir delincuentes. La casa de un general del cuerpo que usted dirige, fue objeto de una acción similar de vándalos. Pocos días después, ya estaban identificados: un preso, un abatido y otro prófugo. En mi caso, ni siquiera la idea de si se investigan las múltiples evidencias levantadas por la Policía Científica. Cuando fue designado en el cargo, vi con esperanzas su ascenso, toda vez que es un hombre de línea, de acción, investigador, con posibilidades de cambiar las estructuras y el accionar que corresponden a la Policía que conocí de niño, con traumas, en plena dictadura de Trujillo. Solo para mi equilibrio emocional, preciso saber si debo olvidarme de la posibilidad de apresar a los ladrones que me robaron la paz, como el objeto más valioso o quedan vivas las esperanzas de saberlos atrapados.

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