Hace poco me llegó un escrito de crítico político de esos que pintados de objetividad apoyan colores partidarios, aprovechando los rasgos de imaginación de sus lectores para guiarlos con expresiones preconcebidas de las que pueden inferirse las complicidades. Así muestran la perversa corrupción de quienes han exhibido toda una vida de honestidad hasta que un día deciden abrazarla, sin importar que con tal acto se arriesgan a generar una escisión instantánea de la personalidad que los pondría en contradicción consigo mismo, quizás sin posibilidades de readaptación.

Es indudable la existencia de la corrupción como fenómeno y de la práctica corrupta de muchos. Pero éste no es fenómeno nuevo ni particular ni exclusivo de esta sociedad, sino conducta desviada de las normas y valores sociales, que muchas veces ni siquiera representan prácticas conductuales aceptables.

Sin embargo, los individuos no son proclives a cambiar sus valores ni su personalidad de sopetón. Ya desde hace más de un siglo, Sygmund Freud señaló que la personalidad del hombre se desarrolla durante los primeros cinco años de vida y permanece estable para siempre, a menos que medie un proceso de aculturación. Otros científicos de la conducta humana han ratificado tal permanencia en muchas otras instancias.

Al evaluar el desarrollo de cualquier sociedad nos damos cuenta de que sus normas y valores no permanecen estáticos, así como de que los cambios representan por sí mismos los momentos cuando aparece la corrupción del conjunto normativo, utilitario y ontológico que para la conducta individual define la sociedad.

Las implicaciones de esta aseveración son múltiples. Primero, es mandatorio que las instituciones que instalan los contenidos de las normas y valores sociales definan cada nuevo contenido siguiendo un diagnóstico de la integridad o corrupción de los existentes, para actualizarlos y para hacer una prognosis de la conducta social como respuesta a lo nuevo. También se requiere del diseño de los procesos o procedimientos de instalación de lo nuevo para garantizar que la conducta individual se corresponda con la esperada.

Segundo, es imprescindible la construcción de un sistema de sanciones para castigar las violaciones, así como mecanismos correctivos para encauzar los violadores.

Tercero, asegurar que la institución que vela por el cumplimiento de normas y valores, inicie acciones correctivas en cada violación asegurando que los violadores sean sancionados.

Las instituciones encargadas del mantenimiento de las normas y valores son más culpables de la corrupción que los violadores. Me refiero a la familia, los padres, la escuela, la iglesia, los clubes, la legislatura y la justicia, todas instituciones fundamentadas en la cultura y los valores sociales.

Por último, la falla del mecanismo señalado es principal fuente de corrupción de valores y normas, porque, después de todo, son éstos los que corrompidos corrompen a los individuos y a la cultura.

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