Resulta sumamente penoso que en algunos programas radiales en el país se repita la práctica de insultar, descalificar, y acusar sin fundamentos, todo ello salpicado por un lenguaje soez. Y es que la sociedad dominicana está afectada por una verdadera epidemia de vulgaridad. Desafortunadamente, detrás de este fenómeno hay motivaciones económicas, pues la vulgaridad y sus excesos tienen un mercado, que aumenta la audiencia de programas de radio, o el mercado de canciones groseras, etc.

Dicho comportamiento intenta ser legitimado con el argumento de que las personas tienen el derecho a la libre expresión, por más soez y grotesca que nos parezca. O, que semejante comportamiento es una expresión de la libertad, que cada uno de nosotros tiene el derecho de ejercer. Argumentaciones debatibles, pues las sociedades regulan las actividades de lucro, para evitar efectos nocivos a la salud, al medio ambiente y a la sociedad en su conjunto. El apoyarse en la libertad tampoco parece acertado, pues no somos libres de matar, de robar, o de hacerle daño a la sociedad. Así pues, descartemos estas justificaciones.

La raíz de esta cultura de la vulgaridad se encuentra en la falta de valores que prevalece en nuestra sociedad. Lo que es más grave es la retroalimentación, pues la falta de valores origina una cultura vulgar, que a su vez afianza y profundiza la falta de valores en la sociedad. De ahí que la tolerancia a lo vulgar es un síntoma de una enfermedad social mucho más profunda y extendida. No debe sorprendernos que los comportamientos a que nos hemos referido hayan sido tolerados por años, a pesar de sus incontables transgresiones, hasta que llegó al colmo, en un caso, de atacar a la persona que fue capaz de crear una nación con una veintena de años, cuando tantas personas, que buscan llamar nuestra atención, no han sido capaces de construir bien sus propias vidas, gastando el tiempo que han tenido, sin mostrar algún legado verdaderamente constructivo.

Existe una verdadera necesidad de combatir esta epidemia de vulgaridad en los medios de comunicación, imponiendo multas a quienes transgredan, y a los medios por los que se trasmiten, si fueran responsables. Pero esto es impopular en la clase política, que busca el favor de estos medios, sin importar el efecto de algunos comportamientos a la moral y la convivencia social.

Así mismo debemos llevar esta tarea a las escuelas, pues las mismas deben dedicar una parte importante del tiempo de enseñanza a discutir los problemas actuales que afectan a nuestros jóvenes: las drogas, la vulgaridad, la pobreza que producen los embarazos prematuros, etc.

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