Cuando los gremios o asociaciones profesionales son muy fuertes, con capacidad para realizar paros, como los médicos y los profesores, ese poder se convierte en una retranca para el avance en áreas fundamentales para la ciudadanía.

¿Por qué aventuramos ese parecer? Porque rutinariamente “las luchas” por reivindicaciones puramente económicas, legítimas para los intereses de sus miembros, tienden a contraponerse a los intereses colectivos.

Es verdad que inscriben en sus listas de demandas algunas “mejorías” en las infraestructuras hospitalarias, en el suministro de equipos e insumos para la prestación de servicio. Pero en realidad se trata de puro artilugio para presentar sus reclamos ante la opinión pública y los sectores populares. Tan pronto alcanzan sus objetivos, olvidan las propuestas sociales.

En su particular empeño, tienden a obstruir procesos de transformación y reforma de los sectores bajo su influjo. El ministerio de Salud impulsa un proceso de reforma en la prestación de los servicios, mediante la implantación de una red hospitalaria, promueve los centros de atención primaria, cambios en los cuales no se ve a los profesionales del sector con iniciativas o ideas útiles por el bien de los usuarios, que son las capas poblacionales más disminuidas económicamente.

En las políticas públicas sobre medicamentos, por ejemplo, que son un dolor de cabeza para los pobres, cada vez más difíciles de comprar, cuál es el criterio de los profesionales, cuáles son sus propuestas para que los ciudadanos puedan tener mejores oportunidades ante las ofertas patentizadas, cada vez más caras. O temas tan dramáticos como las cesáreas, que predominan sobre los partos naturales, cuál es la visión de los profesionales, desde su óptica ética, en pro del bien social. Como estas problemáticas, se producen otras situaciones que ameritarían de su concurso responsable dada su competencia profesional.

Algo parecido ocurre en la educación. Un incesante “luchar” por salarios, sin considerar el compromiso con la escuela, la calidad y la transparencia en los procesos que les son propios.

Para exigir tanto, hay que dar y no quererlo todo a cambio de nada. Ese egoísmo rampante no construye. Es una barrera al bien colectivo.

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