Como aquí el régimen de consecuencias suele ser de excepción, estamos viendo este serial denominado Quirinito, un individuo condenado por asesinato, en medio de sus vinculaciones con el bajo mundo. Exitosamente logró que lo dieran por muerto, después de “padecer” un carcinoma infiltrante y ulcerado en la lengua, una neoplasia localmente avanzada grave y terminal. Pero antes, construyó todo un historial clínico que envuelve a médicos y decisiones de tribunales de la República.

El hallazgo de lo que parece un drama propio de un entramado de ficción ocurrió bajo un extendido manto develado con mucha calidad por el vespertino El Nacional.

El caso ha puesto en ridículo todo el sistema de justicia dominicano, desde el Ministerio Público hasta el Consejo del Poder Judicial, ya zarandeado por diversos escándalos y por decisiones cuestionadas y denunciadas duramente por la sociedad.

La burla de Quirinito no tiene que ser un retrato fiel del aparato judicial del país, pero tristemente habla muy mal de ese poder del Estado. El presidente del Tribunal Constitucional Milton Ray Guevara ha debido pronunciarse ante una situación escandalosa. Un condenado que logra fabricar un expediente médico terminal, avalado por profesionales de la Medicina, en base al cual consigue indulgencias como arresto domiciliario y posteriormente fabrica un escenario de muerte: lo entierran, con acta de defunción y todo, para luego develarse toda la farsa.

Suspendieron dos jueces, se ha dicho, pero lo sucedido amerita, como dice Ray Guevara, “una investigación exhaustiva, y que se establezcan las responsabilidades condignas, de manera que se dé un ejemplo… porque con eso está en juego, una vez más, la credibilidad del aparato judicial en la República Dominicana”.

El Poder Judicial ha sido ridiculizado. Es una vergüenza. Va más allá de las sentencias dudosas, de los jueces gravemente comprometidos en corrupciones, de los fiscales en malas prácticas. Esto se lo lleva todo. La justicia ha sido burlada. ¡De qué manera!

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