Cada vez que planeamos ir a algún lugar, por un espacio de tiempo más o menos largo, lo primero que hacemos es el equipaje. Colocamos en una maleta o un bulto aquellas cosas indispensables para pasar esos días. En mi caso, me siento tranquilamente a pensar cómo y con cuáles cosas inicio cada día. Ah! Claro, el cepillo de dientes, el hilo dental y el enjuague bucal. Completarán el ajuar, unas toallas, mis productos de aseo diario, la cantidad de ropa por día, un par de zapatos y un pijama por cada noche que dormiré fuera de casa. Luego pienso, que sí el trayecto es muy largo, no estaría de más llevar un libro o alguna literatura entretenida para hacer más ameno el viaje.

Para andar cómodos queremos llevar solo lo indispensable, lo que no nos pesé demasiado, lo que no nos ocupe mucho espacio. Nos gusta ir ligeros de equipaje. No nos gusta cargar. Un equipaje muy voluminoso nos obligará a retrasar el paso, a ir más despacio, a perder un tiempo que bien podemos emplear en cosas de mayor provecho.

Lo mismo aplica para la vida. Sin darnos cuenta, muchas cargas espirituales y mentales nos hacen andar más lentos, nos proyectan como personas infelices, cansadas, molestas. Personas que han perdido la voluntad y el deseo de construir y seguir adelante.

Esto no quiere decir que olvidemos nuestras responsabilidades, que ignoremos los problemas que a diario se nos presentan, los dejemos acumular y no le busquemos soluciones a tiempo. Tampoco quiere decir, que dejemos de preocuparnos por nuestras adversidades y la de nuestros seres queridos. Estamos obligados a enfrentar las dificultades, al igual que a buscarle la mejor salida a cada situación.

Pero si además de estas cotidianidades de la vida, de las complicaciones que se le presentan a todo ser humano, estamos llenos de odios y rencores, de malos sentimientos. Nuestro equipaje será muy pesado para dejarnos avanzar en el camino. Si empleamos las energías en tratar de pagarles a los otros con su misma moneda. Si nos enfocamos en desquitarnos las malas acciones que otros cometen contra nosotros, nada tendríamos que criticarles, pues estaremos actuando exactamente igual a ellos.

Es verdad que el alma no tiene tamaño, ni forma, pero a veces la cargamos con tantos recelos, odios, envidias y resentimientos, que por más infinito que sea su espacio, terminamos llenándola de tal manera, que no queda lugar para lo más sublime que podemos dar y que anhelamos recibir: El amor, la felicidad y la paz interior.

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