Para un escritor, o para alguien que alguna vez soñó con ser escritor, es difícil no dejarse embargar por la emoción de las palabras que Truman Capote deposita en la primera página de su primera obra maestra, la manera en que se perfilan sus grandes ilusiones, la temblorosa descripción de las maravillas de aquel detestable apartamento neoyorquino cuya “única ventana daba a la escalera de incendios”, con muebles desvencijados, paredes sucias y manchadas con “grabados de ruinas romanas” y “un color tirando a esputo de tabaco mascado”. Quizá en esa época “era tan feliz que no se daba cuenta de lo miserable que era”:

“Siempre me siento atraído por los lugares en donde he vivido, por las casas y los barrios. Por ejemplo, hay un edificio de roja piedra arenisca en la zona de las Setenta Este donde, durante los primeros años de la guerra, tuve mi primer apartamento neoyorquino. Era una sola habitación atestada de muebles de trastero, un sofá y unas obesas butacas tapizadas de ese especial y rasposo terciopelo rojo que solemos asociar a los trenes en día caluroso. Tenía las paredes estucadas, de un color tirando a esputo de tabaco mascado. Por todas partes, incluso en el baño, había grabados de ruinas romanas que el tiempo había salpicado de pardas manchas. La única ventana daba a la escalera de incendios. A pesar de estos inconvenientes, me embargaba una tremenda alegría cada vez que notaba en el bolsillo la llave de este apartamento; por muy sombrío que fuese, era, de todos modos, mi casa, mía y de nadie más, y la primera, y tenía allí mis libros, y botes llenos de lápices por afilar, todo cuanto necesitaba, o eso me parecía, para convertirme en el escritor que quería ser”.

Igualmente memorable es la manera en que Truman Capote introduce y da vida, con unos cuantos trazos esenciales, a uno de los más entrañables personajes de la literatura usamericana, esa Holly Goligthly tan liviana, frágil y seductora como la Marilyn Monroe por la que Capote manifestó tanta empatía:

“Jamás se me ocurrió, en aquellos tiempos, escribir sobre Holly Goligthly, y probablemente tampoco se me hubiese ocurrido ahora de no haber sido por la conversación que tuve con Joe Bell, que reavivó de nuevo todos los recuerdos que guardaba de ella.

“Holly Goligthly era una de las inquilinas del viejo edificio de piedra arenisca; ocupaba el apartamento que estaba debajo del mío. Por lo que se refiere a Joe Bell, tenía un bar en la esquina de Lexington Avenue; todavía lo tiene. Holly y yo bajábamos allí seis o siete veces al día, aunque no para tomar una copa, o no siempre, sino para llamar por teléfono: durante la guerra era muy difícil conseguir que te lo instalaran. Además, Joe Bell tomaba los recados mejor que nadie, cosa que en el caso de Holly Golightly era un favor importante, porque recibía muchísimos”.

Holly Goligthly (Holly va ligero), es la muchacha pícara y tonta de corazón noble con la cabeza llena de alas de cucarachas, la misma que alguna vez quisiera desayunar en Tiffany, es decir, frente a la más fastuosa joyería de la Quinta Avenida de Nueva York que es su mejor idea del paraíso. Ese “Desayuno en Tiffany’s” es lo más cerca que puede estar de la imposible realización de sus sueños. Tal es el tema de “una extraordinaria novela corta que, por sí sola, bastaría para consagrar a un autor”.

Nada que ver con la horrible película de Blake Edward que interpretaron Audrey Hepburn y George Pepper, ni con el horrible título, “Desayuno con diamantes”, que en España le pusieron.

El tema parece superficial, pero en manos de Truman Capote adquiere una dimensión simbólica y social. Lo que sigue a continuación, una interesante lectura de Juliano Ortiz con motivo de una edición del libro, pone al descubierto ciertas claves más o menos secretas o disimuladas.

DESAYUNO EN TIFFANY’S
Por Juliano Ortiz

Capote es el personaje. Holly es un Truman que en su rebeldía, en su necesidad de lograr un ascenso vertiginoso parece no importarle los medios. Son dos seres maquiavélicos. Ambos desfilan hermosos por la pasarela de la vida y auscultan el rumor de los que los rodean.

Truman Capote decía en Plegarias atendidas, otro de sus libros, “Que una cosa sea verdad no significa que sea convincente, ni en la vida, ni en el arte”. Esta frase icónica se ajusta en toda su dimensión a Holly Golightly, personaje protagonista de Desayuno en Tiffany’s, y alter ego femenino del escritor.

“…Holly llevaba un fresco vestido negro, sandalias negras, collar de perlas. Pese a su distinguida delgadez, tenía un aspecto casi tan saludable como un anuncio de cereales para el desayuno, una pulcritud de jabón al limón, una pueblerina intensificación del rosa en las mejillas. Tenía la boca grande, la nariz respingosa. Unas gafas oscuras le ocultaban los ojos.” Así es Holly, una pretendida hollywoodense inmersa en los vaivenes de la realidad que muestras las miserias de una época extraña.

Desayuno en Tiffany’s es una novela sencilla, minimalista, encerrada en Holly y su sensualidad de mujer graciosa y leve. Todos la aman, pero también todos encarnan los límites de una sociedad que se estrella en las lentejuelas falsas de lo vanidoso y artificial.

Capote es un artista de la palabra justa, de la imagen ineludible, precisa. Nos pinta un cuadro con los colores que él conoce mostrando a Holly como la joven que no tiene pasado y que no quiere recordar. Holly es presente, sin dueño, coqueteando con todos y mirando de reojo los sueños que viven en el modelo característico norteamericano. Holly es más Holly en la joyería Tiffany´s. En el símbolo luminoso que deja afuera a millones.
Holly seduce y cautiva como le gustaba hacerlo a Capote. El libro destila un glamour divertido, romántico, fresco, engalanado por situaciones que rozan lo cómico y emocional. Holly es querible.
Pero claro, la edición de Libros del zorro rojo no solo es texto, sino además la impresionante calidad de las ilustraciones de la canadiense Karen Klassen, quien como detalle, supo hacer rubia a Holly respetando el deseo del autor, quien quería a Marilyn Monroe como protagonista y no a Audrey Hepburn. Klassen imagina y nos traslada con sus ilustraciones a ese cosmos que solo podía retratar de manera magistral Capote. Cabe destacar que Klassen es una artista que tiene sus orígenes en el mundo de la moda y la publicidad, y que amalgama diversas técnicas (sobre todo texturas vintage) para componer una mirada de ensueño en los ojos y los gestos de Holly. (Juliano Ortiz).

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