Seis siglos antes de nuestra era, Heráclito afirmaba que “el fundamento de todo está en el cambio incesante (…), todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa”. Todo cambia. “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]”. Por eso “uno no se puede bañar dos veces en el mismo río”. Incluso, un extremista llamado Crátilo “proclamó que no se podía hacer ni una sola vez”.

Seis siglos antes que Heráclito, en “El libro de las mutaciones”, los chinos sostenían y sostienen que “el principio del cambio y la relación dialéctica entre los opuestos rigen el universo”. El cambio es, de hecho, “la única realidad existente”. La mutación, el cambio, es lo único permanente.

En “El libro de Zhuang Zi” aparece con frecuencia la idea de la mutación asociada con la muerte y la aceptación de la misma en términos filosóficos:

“Cuando Lao Tse murió, Chin Shih asistió al velatorio.
Lanzó tres fuertes alaridos y salió de la estancia. Uno de los discípulos le
dijo:

“-Usted no es amigo de nuestro
maestro, ¿no?
“-Desde luego —respondió.
“-¿Entonces cómo puede condolerse de ese modo?
“-Esa es mi forma de hacerlo
—contestó Chin Shih—.

“-Al principio pensaba que tú eras uno de sus discípulos, pero ahora veo que no. Cuando vine a condolerme, encontré a unos ancianos llorando por él como si fuera su propio hijo y hombres jóvenes sollozando como si fuera su madre. ¿Qué es lo que ha reunido a estas personas? Sin duda tienen palabras que decir y lágrimas que verter que nadie les ha pedido. Pero esta conducta sólo es huir de la verdadera naturaleza, dar la espalda a la realidad. Antaño esto era llamado ‘esconderse de las lecciones de la naturaleza’. El maestro vino al mundo sabiendo que era el momento. Al abandonarlo, también lo siguió. Se ha ido en su debido momento, cuando se suponía que debía irse.

Aquí no hay lugar para la alegría ni el dolor. Antaño esto era llamado ‘estar libre de ataduras’. ¡Mira! No es necesario encenderlo más. El fuego arde ahora intensamente. Ya no se extinguirá jamás”.

La misma amarga recriminación contra los plañideros figura en el capítulo titulado “La dicha perfecta”. Esta vez la mutación, la gran mutación, la muerte, afecta a la esposa de Zhuang Zi o Chuang Tse, pero el sabio se cura las heridas del alma con una buena dosis de optimismo filosófico:

“La esposa de Chuang Tse murió, y cuando Hui Tzu llegó para ofrecerle sus condolencias encontró a Chuang Tse agachado, golpeando una olla como si fuera un tambor y cantando.
“Hui Tzu dijo:

“-Has vivido con esta mujer, habéis criado a vuestros hijos y envejecido juntos. ¡No llorar su muerte ya me parece mal! Pero ¿tocar el tambor y cantar no lo encuentras excesivo?

“-No —contestó Chuang Tse—. Así es como son las cosas. Al morir ella, ¿cómo podría yo no haber sentido pesar? Pero he pensado en ello con mayor detenimiento y he comprendido que antes de que ella naciera, no tenía vida. No sólo no la tenía, sino que carecía de forma. No sólo carecía de forma, sino que ni tan sólo tenía chi. Pero en alguna parte del vasto e imperceptible mundo hubo un cambio y ella adquirió el chi, después éste cambió y ella adquirió una forma; después ésta cambió y ella obtuvo la vida.
Ahora ha habido otro cambio y ella está muerta. Es como el mutuo ciclo de las Cuatro Estaciones. Ahora mi esposa descansa silenciosamente en la Gran Cámara. Si tuviera que correr tras ella llorando sería sin duda demostrar que no comprendo lo que está predestinado. Así que he dejado de hacerlo”.

Una de las más ingeniosas y truculentas variaciones sobre el tema la protagonizan el Tío Un Solo Pie y el Tío Tullido cuando se dirigen a rendir tributo a un difunto. El uno advierte al otro que “La vida es un préstamo y los vivos somos los prestatarios”. La muerte es un amanecer. “La muerte amanecerá una vez haya transcurrido esta noche”. ¿La noche de la vida?:

“El Tío Un Solo Pie y el Tío Tullido se dirigieron al Túmulo Funerario del Oscuro Señor, situado en los agrestes parajes de Kun-lun, el lugar donde el Emperador Amarillo solía descansar. De pronto, al Tío Tullido le salió en el codo izquierdo un furúnculo del tamaño de un sauce. Movió un poco los pies y lo miró aparentemente disgustado.

“¿No lo odias cuando sale? —dijo el Tío Un Solo Pie.

“-¡En absoluto! ¿Por qué habría de odiarlo? —contestó el Tío Tullido—. La vida es un préstamo y los vivos somos los prestatarios. La vida es un montón de basura. La muerte amanecerá una vez haya transcurrido esta noche.

Tú y yo hemos venido aquí para meditar sobre el cambio.

A mí me acaba de llegar en este lugar. ¿Por qué tendría ello que disgustarme?”

Quizás nadie ha expresado la idea del cambio, la idea de lo inevitable, de manera tan poética y delicada como un pensador, un místico, un filósofo espiritual y gurú contemporáneo de la India llamado Osho o más bien Bhagwan Shri Rashnish. Lo conozco sólo de referencia y lo admiro sobre todo por su estilo literario y su casi convincente vehemencia:

Cambio

“El sufrimiento llega porque no permitimos que suceda el cambio. Nos aferramos, queremos que las cosas sean estáticas. Si amas a una mujer, la quieres también para mañana, de la misma forma en que ella es tuya hoy. Así es como surge el sufrimiento. Nadie puede estar seguro del momento siguiente, ¿Qué decir sobre mañana?

“Un hombre consciente sabe que la vida está cambiando constantemente. La vida es cambio. Sólo hay una cosa permanente y es el cambio. A excepción del cambio, todo lo demás cambia. Aceptar esta naturaleza de vida, aceptar esta existencia cambiante con todas sus estaciones y estados de ánimo, este constante fluir que nunca se detiene por un momento, es ser dichoso. Entonces nadie puede perturbar tu felicidad. Es tu anhelo de permanencia lo que crea problemas para ti. Si deseas vivir en una vida sin cambios, estás pidiendo lo imposible.

“Un hombre consciente se vuelve lo suficientemente valiente para aceptar el fenómeno del cambio. En esa misma aceptación está la dicha. Entonces nunca estás frustrado”.

Nota: Mi amigo Avelinus, un personaje alérgico al tema de la gran mutación (su majestad la muerte como la llamó Domingo Moreno Jimenes), diría que todo esto es simple filosofía, consolación por la filosofía de la que hablaba Boecio en el siglo V de nuestra era.
Sabias y bellas y tristes palabras que nos alertan de que no debemos aferrarnos a nada. Sirven de consuelo, pero no curan el espanto que menciona Rubén Darío en el poema “Lo fatal”.

La filosofía entretiene, sí, pero en realidad no cura.

La inmortalidad, diría y dice mi amigo Avelinus, es la única opción conveniente.

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