Emely era la novia de Marlon Martínez. Un noviazgo que terminó en tragedia. Él la había embarazado. Era una menor y en consecuencia podía ser procesado por violación. El embarazo lo conocían Marlon, su madre Marlin Martínez y obviamente Emely. De acuerdo con las versiones, la relación de noviazgo era consentida por la madre de Marlon y la familia de Emely. Se deduce por su prolongada duración.

Pero parece que para los Martínez esa no era una relación seria. Un entretenimiento que llegó a mayor. La malévola decisión de deshacerse de la chica fue horrorosa, cruel, desalmada. Proceder de esa forma contra una persona que era parte de la familia, que había una relación con sus progenitores, es una típica villanía.

Además de toda la cobardía y alevosía, hay en el drama una suerte de desprecio que ha sido percibido por los pobladores de San Francisco de Macorís y pueblos cercanos.

Se siente que los autores del asesinato entendían que podían actuar como lo hicieron porque la relación con el poder les granjearía impunidad.

De hecho hay un repudio social. La indignación no sólo se origina en el dolor por la muerte de la joven, sino también por la catadura de sus autores, entre los cuales, según muchas versiones, siempre estuvo la prepotencia.

Este hecho conmovedor debe ser aleccionador en todos los sentidos posibles. Requiere una actuación diligente de la justicia, una explicación detallada de los hechos, y una sanción en atención a la gravedad de los mismos. La repulsa colectiva al menos debe ser aliviada con un firme y claro proceder.

Esa violencia –que en este caso tiene especificidades muy concretas- no es única. Se repite de una zona a otra. Ya sabemos de otras dos jóvenes asesinadas en otras dos localidades, en días recientes.

Estamos ante un cáncer que adopta características singulares. Es estremecedor. Duele esta barbarie cometida por seres a quienes resulta muy difícil de ver como humanos.

Posted in Editorial

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas