Aunque nací en la comunidad de Bacuí, Moca, localizada en la misma división existente entre los municipios de Moca y Salcedo, por diferentes circunstancias, incluyendo la cercanía, mis padres se ubicaron en la ciudad de Salcedo, por lo que quien suscribe y todos mis hermanos tenemos como patria chica a Salcedo, bautizada como la Villa de los Almendros porque en su geografía aparece con frecuencia este tradicional árbol que utilizamos, tanto por su agradable sombra como por lo delicioso de sus frutos, cuyas sabrosas semillas agradan nuestro paladar. Acabo de leer el interesante libro autoría del Dr. Pablo Yermenos Forastieri y lo he gozado alegremente porque al leerlo me trajo recuerdos inolvidables sobre mi pueblo que permanecen incólumes en mi memoria y de los cuales fui testigo de excepción porque en este recordado pueblo fui maestro y secretario de la Escuela Primaria bajo la dirección de la inolvidable señorita María Josefa Gómez, que nos regaló la ciudad de San Cristóbal en 1911, recién graduada como maestra normal y que se convirtió en matrona y madre de los hijos de Salcedo, con derecho absoluto de corregir y regañarlos a su entera voluntad.

También tuvimos la suerte de tener a la eximia y capacitada maestra señorita María Teresa Brito, quien después de desempeñarse con elevada capacidad de maestra fue designada directora del Liceo Secundario donde me tocó ser profesor, principalmente de asignaturas especiales como la enseñanza del latín y de la Religión y Moral Católicas, de las que estaban exonerados los alumnos que pertenecían a otras creencias cristianas pero que lo hacían conmigo porque decían que yo no era un fanático católico y como era un libre pensador se entendían muy bien conmigo. El libro del doctor Yermenos Forastieri resulta ameno e interesante y sugiero a mis queridos compueblanos leerlo con detenimiento. De él pudimos seleccionar, varios capítulos para comentarlos, sin embargo, por razones políticas y patrióticas voy a detenerme transcribiendo algunos párrafos sobre las denominadas Mariposas, las Hermanas Mirabal, a quienes conocí pero no me traté con ellas por la diferencia de edad que nos separaba, aunque las recuerdo cuando visitaban a la señorita Brito (Chachita) quien era mi vecina y las veía paseándose en la galería de su casa conversando alegremente en silencioso coloquio, del que no tengo dudas que encerraba el tema de la situación política imperante. Fui amigo de Rufino de la Cruz, pues cuando residía en Gaspar Hernández, donde ocupé en 1960 las funciones de Inspector de Educación cuando hacía sus viajes de Moca a Gaspar Hernández, nos dispensaba el honor de almorzar junto a mi familia.

Las Hermanas Mirabal

“Un aspecto sobre el que también se ha escrito y comentado mucho y en ocasiones hecho conjeturas diversas, es el de si Minerva Mirabal estaba consciente de los riesgos, peligros y consecuencias que asumía con su conducta política irreductible. Para algunos, las actuaciones políticas de aquella mujer excepcional pudieron haberles parecido no prudentes, inmaduras, sorprendentes y consecuentemente pensando, analizando y haber llegado a conclusiones unificadas o disímiles en un sentido o en otro. Sin embargo, para los que conocieron de cerca su personalidad y su carácter, no hubo sorpresas porque sabían de la correspondencia de sus actos con la fortaleza de los principios que profesaba. Los profesionales estudiosos de la conducta humana podrán racionalizar mejor y transmitir más fácilmente conocimientos acerca de la motivación superior que decide a determinadas personas condicionadas genéticamente y ante la oportunidad asumir situaciones que a mortales comunes y corrientes parecerían locuras.”

“Entonces, quizás sea válido pensar que cuando de por medio se interponen los ideales, el sacrificio, los valores más altos; el respeto por la justicia, el amor a su Patria y la preocupación por su destino superior, la razón y el pensamiento lógico se obnubilan quedando así el camino expedito solamente para la libertad o la muerte.” Minerva conocía de las preocupaciones y advertencias de muchas personas, algunas tan cercanas e informadas como su cuñado Jaime Fernández Camilo (Jaimito) y el doctor Ángel Concepción, médico de absoluta confianza. El testimonio oral del Doctor Pietro Forastieri Toribio, abogado-notario amigo de la familia Mirabal, hecho al autor de este trabajo, revela la ocurrencia de una situación imperante, presagio de nada bueno, que debía ser tomada en cuenta: A finales de octubre, principios de noviembre del año 1960, reunido con los amigos doctor Ramón Bienvenido Amaro, Pedro Manzur Gesser y César Polanco Brito en el restaurante de chinos frente al parque Duarte, llegó al lugar acompañado de otras personas un amigo salcedense cuyo nombre omito por razones familiares, agente del SIM. Sentado a la mesa, al poco tiempo trajo a la conversación el tema de las Mirabal para comentar finalmente: “si todavía esas mujeres no se habían accidentado”. “Cuando cada quien lo consideró prudente, abandonamos el sitio”. Refiere el Doctor Forastieri que “Minerva fue informada inmediatamente”.

Como un macabro destino, Patria, Minerva, María Teresa Mirabal Reyes y Rufino de la Cruz murieron el 25 de noviembre de 1960. Esa es la realidad que recoge la historia hace ya 51 años.
Descansan en su Jardín-Casa-Museo, extensión del Panteón Nacional de la República Dominicana, localizado en el Km. 4 de la carretera Salcedo-Tenares, cuidadas con abnegación y esmero por su hermana sobreviviente, entre flores que engalanan y perfuman la gratitud y el reconocimiento de su pueblo. Allí se encuentran las hermanas Mirabal, tres mujeres que abonaron con su sangre el árbol de la libertad de los dominicanos en una etapa desgraciada de su historia política nacional. Hasta allí vamos los salcedenses que somos –después de su familia -, los dolientes más cercanos de las hermanas sacrificadas; los que sufrimos más de cerca como sociedad el impacto doloroso de la tragedia y sus repercusiones familiares y afectivas. Acudimos allí y no importa la cantidad de visitas realizadas en este más de medio siglo, todas son como la primera; cálidas, entrañables, muy queridas, íntimas, además de servir para revitalizar el compromiso y comprobar la fuerza de su presencia sin olvidos.

Rufino de la Cruz

El autor de este artículo recibió informaciones en el sentido de que al enfermarse el chofer de las Mirabal, estas fueron donde un amigo común para que les facilitara un chofer, quien con gusto le contestó afirmativamente pero con la condición de que conversarán con Rufino, quien era su chofer, y al estas conversar con él le contestó afirmativamente, pues para esa ocasión la mayoría de los jóvenes de Salcedo estaban, aunque calladamente, con el pensamiento antitrujillista de las hermanas Mirabal. Siguiendo entonces esos razonamientos y como se demostraría después por su conducta, Rufino de la Cruz no pudo estar ajeno a las influencias del medio y en consecuencia vendría a ser el resultado social y político del ambiente donde nació y transcurrió su existencia de solamente 37 años.

El criterio de que la condición de clase está determinada por la posición que se ocupe en las relaciones de producción, sigue teniendo la misma validez de siempre. Debe por lo tanto ser tomado en cuenta en todas las actividades de la vida para así facilitar la comprensión de situaciones que no tienen nada que ver con discriminación y mucho menos con ingratitudes. Hacerlo nos evita juicios y percepciones equivocadas. No se ofende la grandeza de Rufino cuando señalan biógrafos y familiares su condición de campesino humilde, su escolaridad limitada, escasa participación política y la circunstancia de no haber estado preso. Es todo lo contrario.

Por lo demás es posible que Rufino, que no descansa junto a las heroínas por decisión de sus familiares, no llegara a conocer que “la esperanza es el sueño de los hombres despiertos”, como señalara Aristóteles. De lo que sí estuvo consciente fue que la solidaridad, la más enaltecedora condición del hombre, debía convertirse en la fuerza impulsora para el cumplimiento de sus deberes, la puesta en práctica de sus convicciones y la satisfacción de sus anhelos patrios. Sus decisiones así lo demuestran por lo que sería de justicia agregar a su epitafio: Rufino de la Cruz Disla, Símbolo Nacional de la Solidaridad.

Doña Dedé Mirabal

Diferente a las tres Mariposas, sí tuve una agradable amistad con doña Dedé y en conversaciones sostenidas con ella me decía que los estudiantes que visitaban el Museo, que cuidó con tanto amor y esmero, le preguntaban ¿y por qué usted siguió viva a la muerte de sus tres hermanas?, ella les respondía graciosamente: porque me quedé para poderles contar a ustedes esta historia. Todavía repercuten en mi mente sus palabras al llamarme para felicitarme cuando en el 2008 fui designado como miembro de la Cámara de Cuentas, al decirme: “Nicolás, tu pueblo de Salcedo te quiere y admira, y dice “ ha llegado un hombre capacitado y honesto a esa importante institución”.

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