Al doctor Robert Roque, teórico “fino, fino”

Los premios y exaltaciones consagran la trayectoria de una persona o conjunto, tanto en los deportes como en la política y en el arte. Pero siempre habrán cuestionamientos con relación a los que están, como a los faltantes.

( I )
Los premios y exaltaciones consagran la trayectoria de una persona o conjunto, tanto en los deportes como en la política y en el arte. Pero siempre habrán cuestionamientos con relación a los que están, como a los faltantes.

En el país, por ejemplo, es difícil entender que un pelotero icónico como Pedro Guerrero (“La negra Pola”), no sea “inmortal del deporte”, o que el doctor Ramón Pina Acevedo Martínez, el dominicano que más lejos ha llegado en el boxeo internacional, orgánicamente hablando, tampoco haya sido exaltado al “olimpo deportivo dominicano”.

Esta situación se repite en muchos escenarios, incluyendo el béisbol de las Grandes Ligas, donde existen excepciones, a veces injustificables de peloteros que, con todos los méritos y estadísticas, no están en el “Salón de la Fama de Cooperstown”, Entre los excluidos, incluso, muchos no necesitan el premio para la “inmortalidad”. Por ejemplo, ¿Lo necesita Pete Rose, líder en hits del Baseball de las Grandes Ligas (4.256), para ser considerado uno de los mejores de la historia? Obviamente, las objeciones a Rose son distintas a los excluidos por el uso de esteroides, como en el caso más reciente y emblemático, el de Barry Bonds, aunque el núcleo de ambas contiene un problema ético.

De Bonds podríamos abstraer mentalmente las últimas 4 o 5 campañas, que son las cuestionadas, y sus números son avasallantes. Siempre fue bueno, mezcla de gran defensa, ofensiva, consistencia y velocidad. ¿Necesitaba Bond “doparse”, para darle a la bola? ¿Solo él lo hacía? ¿No era “normal” en una época? ¿Necesita Bonds la exaltación al “Salón de la Fama de Cooperstown”, para ser considerado quizás, o sin quizás, el mejor de todos los tiempos?

( II )
Lo mismo ha sucedido con el premio Nobel de Literatura. Desde algunos que ni el premio les dio realce, hasta abusivos olvidos del jurado.

En 1901, Sully Prudhomme fue galardonado como el primer premio Nobel de la historia. Mientras León Tolstói, quien muere en 1910, y es considerado uno de los escritores más importantes de la literatura mundial (“Guerra y Paz” y “Ana Karénina”), no lo obtuvo. ¿Hoy alguien recuerda al poeta francés?.

Otra omisión deprimente es el de Jorge Luis Borges, el único escritor “moderno” capaz de codearse con los clásicos del idioma -y de cualquier otra lengua- y quedar, en el peor de los casos, tablas.

Y a Borges, de quien podríamos prescindir de adjetivos para describir el alcance universal de su obra, se le negó el Nobel, quizás por alguna visita que realizara a Pinochet y la aceptación de un reconocimiento del dictador chileno. Sin embargo, más allá de las posturas políticas de los autores, si usted piensa en grandes de la literatura universal, podría juntar a Borges con Homero, Dante, Cervantes o Shakespeare, y el argentino quedaría parejo a estos genios. Entonces, ¿Necesita Borges el Nobel para la inmortalidad? ¿Acaso no es Borges, incluso, más grande que el mismo premio?

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