La tumba de los imperios: Gran Bretaña contraataca (4)

El imperio británico (uno de los grandes favoritos de la historia), llegó a tener bajo su dominio en la época de mayor expansión casi quinientos millones de personas y un territorio de unos treinta millones de kilómetros cuadrados. Es decir,…

El imperio británico (uno de los grandes favoritos de la historia), llegó a tener bajo su dominio en la época de mayor expansión casi quinientos millones de personas y un territorio de unos treinta millones de kilómetros cuadrados. Es decir, una cuarta de la población mundial de la época y una quinta parte de la superficie no sumergida de la tierra (148, 940, 000 kilómetros cuadrados).

Entre los siglos XVI y XX Gran Bretaña se convirtió en efecto en el más grande imperio de la historia, hasta que su más exitosa ex colonia tomó el relevo a partir de la segunda guerra mundial y la convirtió en un aliado vasallo, igual que a casi todos los países de Europa occidental y otras latitudes.

Basta echarle un vistazo a un mapa del imperio británico para tener una idea gráfica (geográfica) de la magnitud del fenómeno. En la parte norte del continente americano poseía los inmensos territorios de lo que hoy son Canadá y Estados Unidos, algunas islas en el Caribe, pequeños territorios en Centroamérica, la Guyana Británica en Sudamérica, docenas de islas en el Atlántico.

Por África y el cercano oriente se extendieron los británicos como plaga de langosta. Crearon un imperio casi continuo que incluía Adén, Omán, Emiratos árabes, Katar, Bahrein, Kuwait, Irak, Transjordania, Egipto, Sudán, Uganda, Kenya, Tangañica, Rodesia del norte y del sur, Suazilandia, Sudáfrica. Luego Nigeria, Costa de Oro, Sierra Leona, Gambia…

A España, la otrora reina de los mares, le arrebataron Gibraltar en 1704. A Irlanda la mantuvieron durante siglos bajo un pesado yugo.

En 1757 iniciaron la conquista de la India donde permanecerían a sangre y fuego casi dos siglos, se extendieron a Ceilán, Burma, Malasia, Australia, Nueva Guinea, Nueva Zelanda y una caterva de islas del Pacífico, Hong Kong y otros territorios en China y paro de contar.

“El imperio inglés organizó los territorios principalmente de dos formas distintas, dominios o colonias:

“Los dominios recibían población inglesa que se instalaba con vocación de permanencia en el territorio. Poseían instituciones similares a las inglesas, con parlamento propio y capacidad para decidir sobre sus asuntos internos aunque la política exterior seguía dependiendo de Londres. Este fue el caso de Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda o Canadá.

“Las colonias eran simples proveedoras de materias primas, carecían de autonomía y el volumen de la población inglesa no fue representativo respecto a la población local. Fue el caso de la India y todas las colonias africanas salvo Sudáfrica”.

A juicio de Carlos Marx, el dominio de los ingleses en la India produjo “la más grande, y, para decir la verdad, la única revolución social que jamás se (había) visto en Asia”, pero no dejó de reconocer el alto precio que por ello pagaron varias generaciones “No cabe duda –dijo Carlos Marx- de que la miseria ocasionada en el Indostán por la dominación británica ha sido de naturaleza muy distinta e infinitamente más intensa que todas las calamidades experimentadas hasta entonces por el país”.

Hubo, en consecuencia, grandes episodios de resistencia en la India que fueron brutalmente aplastados con grandes masacres. Uno de los más importantes tuvo lugar en 1856 y contó con el apoyo de los cipayos (los soldados indios que servían en los ejércitos de Inglaterra), y sacudió los cimientos del molde colonial. Tras la derrota el país se hizo “británico” y la reina Victoria fue declarada virreina de la India.

Hasta ese momento, la India había estado en manos de la todopoderosa Compañía de las Indias, “gobernada por una empresa comercial, no por un estado, y menos por una nación-estado”. Algo parecido a la finca de Leopoldo, el Congo belga.

Entre China y Gran Bretaña se produjeron por igual innumerables conflictos. Uno de ellos todavía llama la atención de todos por el motivo que lo provocó. La famosa Guerra del Opio, que tuvo lugar entre 1839 y 1842:

“El desencadenante del mismo fue la introducción en China de opio cultivado en la India y comercializado por la compañía británica de las Indias Orientales, administradora de la India.

“El comercio del opio fue rechazado y prohibido por el gobierno chino.
“Los emisarios enviados por los comerciantes británicos e indios quejándose por el quebranto que tal prohibición causaba a sus intereses decidió a la Corona británica a enviar una flota de guerra que finalmente derrotó a la China.

“Como consecuencia de este descalabro el emperador chino hubo de firmar el Tratado de Nanking, por el que se obligaba a China al libre comercio -el del opio incluido- con Inglaterra, a través de cinco puertos (el más importante de ellos Cantón) así como a la cesión de la isla de Hong Kongdurante 150 años.”

No hay que extrañar que un imperio tan potente y prepotente como el británico emprendiera una segunda guerra contra Afganistán, un país pobre, débil, desunido, que sólo por circunstancias excepcionales había logrado librarse de su tutela.

La primera guerra no le sirvió de escarmiento, pero la segunda le dio una lección inolvidable.

Así lo cuenta Hugo a Cañete:

Segunda guerra Anglo-Afgana

Algunas décadas más tarde, los británicos volvieron a campear por las abruptas tierras de Afganistán. Dost Muham- med murió en el año 1863 sin haber conseguido unificar políticamente el territorio. Los doce hijos que le sobrevivieron se enzarzaron en una guerra civil que alarmó a las potencias coloniales vecinas, esto es, Gran Bretaña y Rusia. Ambas aprovecharon el momento para ganar influencia política a través de las distintas facciones. Cuando Gran Bretaña comprendió que a pesar de sus esfuerzos, estaba perdiendo influencia en la zona, decidió, otra vez, intervenir militarmente.

La Segunda Guerra Afgana (1878-1880) comenzó con la invasión de Afganistán por 35.000 soldados británicos. La campaña se abrió con tres frentes distintos de progresión, que aseguraron el éxito de la ocupación. Entonces, la naturaleza orográfica y climática afgana les dio la bienvenida.

Debido a las condiciones insalubres de la región y a las altas temperaturas veraniegas de más de 40º C a la sombra, una epidemia de cólera asoló a las tropas británicas. Una vez superadas estas dificultades, se siguió adelante con la campaña, que acabó con éxito en 1879; o eso pensaban los súbditos de la reina Victoria. Una vez más, cuando todo había vuelto a la calma, un alto oficial inglés fue asesinado. Los británicos respondieron con la captura masiva y ejecución de los considerados rebeldes.

En un abrir y cerrar de ojos estalló la rebelión y se reanudó la guerra. En la batalla de Maiwand (Julio de 1880), una fuerza británica de 2.500 hombres sufrió una severa derrota cerca de Kandahar, como la que sufriera Farnuces a orillas del río Politimeto 2200 años antes. Sin embargo, no tardaron en llegar refuerzos a la zona. De la mano del general Sir Frederick Roberts, hicieron acto de presencia 10.000 soldados acompañados de 7.000 sirvientes, 4.700 caballos y ponies, 6.000 asnos y mulas, y 13.000 animales de transporte de diverso tipo. Tras una serie de enfrentamientos armados con los afganos, los británicos renunciaron a tener una presencia permanente en Kabul y a retirarse a Pakistán a cambio de la cesión a Gran Bretaña del control de la política exterior afgana. En compensación, obtendrían protección y ayuda de los británicos. Una vez acabada la campaña, Roberts escribió estas palabras:

“Estoy en lo cierto cuando digo que mientras menos nos vean los afganos a los occidentales, menos odio nos tendrán.

Si en el futuro Rusia intentara conquistar Afganistán o cruzarlo para invadir la India , tendríamos más posibilidades de que los afganos se pusieran de nuestro lado en tanto en cuanto evitemos, en el ínterin, toda interferencia con ellos”.

(Hugo A Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf).

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