Estamos a tiempo

En una comunidad donde todos sus habitantes vivían seguros por generaciones, una noche, después de horas de torrenciales aguaceros, donde debido a las descargas eléctricas se había ido la luz, se desbordó un canal que nunca fue considerado de…

¿Estamos a tiempo?

El primero de abril pasado, este diario publicó un editorial titulado ¿Nada contra la chikungunya? Y observa que desde que asomó, a principios de año, las autoridades tenían noticias de que el virus había sido ubicado en el Caribe oriental.…

En una comunidad donde todos sus habitantes vivían seguros por generaciones, una noche, después de horas de torrenciales aguaceros, donde debido a las descargas eléctricas se había ido la luz, se desbordó un canal que nunca fue considerado de peligro para la zona. Las familias dormían y, para su sorpresa, despertaron con sus casas inundadas por el agua que había penetrado. Grandes pérdidas humanas y materiales se produjeron a raíz de este evento. Carmen, una amiga de infancia, fue una de las personas que junto con su familia, aún en una de las mejores viviendas de aquel pueblo, fue víctima, ya que el agua llegó a un nivel que ella y su esposo, cada uno con un niño en las manos, salieron huyendo arrastrados por las fuerzas del agua, a oscuras, tratando de sobrevivir y agarrados uno de otro, y fue tal la fuerza que el agua se llevó a su niña. Días después de mucha búsqueda, ni siquiera su cadáver se pudo encontrar. Esta madre quedó en un estado de negación que, por años, perdió la memoria y toda la familia quedó afectada, siendo necesario dar tratamiento psicológico a todos sus miembros. Empieza la temporada ciclónica y vemos cuántas comunidades están inundadas por lluvias. Es tiempo oportuno y desde nuestro medio queremos advertir la importancia de seguir las instrucciones que con anticipación vienen dando las autoridades a las familias de zonas vulnerables. Si hay algún tipo de posibilidad de inundación debemos tomar medidas de alerta, aunque nunca, como pasó en la comunidad citada, se haya registrado fenómeno de este tipo. Cada año miles de familias pierden sus viviendas y a veces sus vidas por insistir en no salir a tiempo; y lo que es peor, retornar después que hasta los han llevado a vivir a otro lugar. Esta vez quiero pedir que no seamos indiferentes y colaboremos desde donde nos encontremos. Si quieres saber cómo: con el que te limpia patio, la que ayuda en la casa y cuida tus hijos, quien lava tu vehículo, y muchas personas más que tal vez jamás les hayas preguntado cómo viven, si se encuentran próximo a ríos, cañadas o arroyos; hacerles conciencia de la importancia de la prevención y cuidar con ello a su familia. Colaboremos con esta noble causa ya que todos podemos tener a nuestro lado uno de ellos.

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El primero de abril pasado, este diario publicó un editorial titulado ¿Nada contra la chikungunya? Y observa que desde que asomó, a principios de año, las autoridades tenían noticias de que el virus había sido ubicado en el Caribe oriental. Sólo semanas después se comunicó una alerta epidemiológica, lo que fue avalado por la Organización Panamericana de la Salud.

Las autoridades sabían muy bien lo que provoca el virus, porque aunque no es originario de República Dominicana, es conocido en África y Asia, desde donde migró. Tampoco se podía alegar que se desconocían los efectos, que van de estados febriles terribles, dolores en la cabeza y en los huesos, coloraciones extrañas en la piel y disminución de las actividades motoras y el apetito. Sabían también que es transmitido por el mismo espécimen que provoca el dengue, el mosquito aedes aegypti.

Era obvio que en poco tiempo estaría en las comunidades populosas, donde miles de personas viven en condiciones propicias para el hospedaje y la multiplicación de los mosquitos. Sin embargo, las autoridades prefirieron adoptar una actitud incierta. Hicieron las advertencias a la población, casi discretamente, “para no alarmar”, pero no actuaron en consecuencia. Y ya han tenido que admitir que estamos ante una epidemia. El daño en términos sociales resulta vergonzante. Muchas personas han debido ausentarse de los centros laborales y muchos niños y jóvenes han faltado a las escuelas.

Las autoridades tuvieron que declarar la epidemia sólo después que fueron advertidas por organismos internacionales. ¿Por qué actuaron así? Pudieron, sin mucho esfuerzo, lanzar una ofensiva de fumigación a nivel nacional para atenuar los efectos de un mal demasiado agresivo y doloroso para la gente.

Ya se cuentan más de siete mil afectados, pero sabemos que la propagación es difícil de controlar. Las propias autoridades estiman que no menos de un 50 por ciento de los dominicanos puede sufrir las picaduras y la consecuencia. ¡Imagínese el impacto!

¿Están a tiempo las autoridades de Salud Pública para evitar daños mayores? Claro que sí. ¡Qué pena, cuando pudo haberse manejado mejor! Sólo era necesaria una palabra: acción.

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