El cine carcelario que se libera en RD

Desde La cárcel de La Victoria: El cuarto hombre (guion y dirección de José Enrique Pintor, 2004) el cine dominicano se viene ocupando de la horrible realidad de los detenidos en cárceles criollas, siendo la de La Victoria (inaugurada en 1952)…

Desde La cárcel de La Victoria: El cuarto hombre (guion y dirección de José Enrique Pintor, 2004) el cine dominicano se viene ocupando de la horrible realidad de los detenidos en cárceles criollas, siendo la de La Victoria (inaugurada en 1952) la más socorrida para mostrar escenas dramáticas con fuertes ribetes trágicos. La diferencia en el abordaje lo hace Carpinteros (escrita y dirigida por José María Cabral, 2017), cuando incluye una historia de amor presidiario entre un hombre y una mujer (las hay gay y lésbicas) en la cárcel de Najayo (un recinto carcelario integrado por Najayo Hombres, Najayo Mujeres y Najayo Menores), que muestran la probada diferencia entre los centros del viejo y del nuevo modelo de gestión (Sistema Penitenciario, regido por la Ley 224-84), pero también las notables diferencias de clases, tal cual se anida en la sociedad dominicana.

Es bueno destacar que de eso no se ocupan en el cine dominicano. Solo se ha querido contar historias y tejer tramas muy al estilo del cine comercial hollywoodense, al que no llega ni por default. Y así, al querer retratar lo que es una cárcel dominicana, lo hace en un tono políticamente correcto. Algunas muy crueles, como el asesinato de narcotraficantes, tal como retrata El rey de Najayo (de Fernando Báez, 2012). Uno de los mayores errores es encarcelar a un preventivo con un condenado, donde solo les diferencia el color de una camiseta azul, verde, etc. (las bandas como Latin King usan el rojo). Es la mayor evidencia documental de Carpinteros. Pero además, de presos con penas y crímenes sensiblemente diferentes. Sin proponérselo, quizás, el cine dominicano, con estas historias carcelarias, pone el dedo en la llaga al mostrar, aunque de manera tímida, que el sistema carcelario no regenera y, por el contrario, es una factoría de crisis.

Hay asignaturas pendientes por descubrir en buenas historias, como es el uso que les dan altos mandos militares a las cárceles cuando quieren complicarle la vida a alguien: le plantan droga o armas de fuego y, puede que otros asuntos, como el caso de Luis, dirigido por Archie López, en donde un militar usa la cárcel como escarmiento para un familiar suyo.

De sopetón vemos elementos que hacen de una cárcel dominicana un infierno, pero son ´apagados´, silenciados, nada explícitos: cárceles mal construidas (cualquier cosa puede entrar o salir, y ahí adentro todo es tierra de nadie). Otro asunto es cuando la acción paliativa es transformada en definitiva, que es cuando se quiere separar a los presos violentos de los demás; no hay inteligencia policial y los agentes penitenciarios terminan siendo encubridores o presos de aquellos sentenciados (en Carpinteros los agentes penitenciarios son bastante ingenuos, idiotas, estúpidos, o son eso o son compinches y actúan como corderitos).

Carpinteros y sus señas

Los Mara Salvatrucha, pandilleros centroamericanos, lo usan; igual lo usa la banda Latin King en USA, tal cual lo usó uno de los inculpados de un hecho de sangre ocurrido en la OISOE (que para más señas iba con el color rojo de la banda dominicana). Es el lenguaje de señas entre delincuentes, muy parecido al usado por los sordos como uno muy particular que, con las manos hacia delante significa ´te amo´, y con las manos sobre el pecho y al revés señala su pertenencia a una organización criminal.

Su uso por prisioneros en cárceles dominicanas se remonta a la antigua preventiva de Cristo Rey (de lo que doy testimonios pues cruzada todos los días por ahí, a camino o regreso de la escuela). Lo vi en una cárcel de Sao Paulo y, asimismo, en una prisión de máxima seguridad en Río de Janeiro. En República Dominicana, el fallecido general Pou Castro gustaba de usarlo en sus andanzas criminales, como cuando asesinaron a Orlando Martínez; pero fue algo que le nació de su comunicación por señas con uno de sus nietos sordo, con quien se comunicaba cuando fue hecho preso y estando en la cuarta planta del Palacio de Justicia (en Ciudad Nueva), desde donde hacía señas y “hablaba” con su nieto (que le llevaba un familiar) a unos 50 metros de distancia.

En el béisbol se usan bastante las señas y son muy particulares, asimismo en el voleibol de playa, en el fútbol, y por militares en sus tácticas de ataque en combate.

Que ese “lenguaje de señas” o carpinteo saltara al cine y en una película bien hilvanada entre su historia y tramas, como Carpinteros, era cosa de que un cineasta ávido de buenas historias captara eso que nadie captó, como intuitivamente lo hizo Juan María Cabral.

Yendo a otras perspectivas alrededor del tema, por ejemplo “cogerle la seña” a alguien o a algo es sinónimo de buen entendimiento y perspicacia, algo muy bien sembrado en el imaginario popular, pero que es uno de los elementos objeto de estudio de la epistemología (llamada la filosofía de la ciencia) que analiza circunstancias históricas, sociológicas y psicológicas del conocimiento; y en este caso, el filme trasciende por su contenido y exposición debido al buen uso del lenguaje en el que “carpinteando” se conocen, se reconocen, se transfieren emociones, datos, etcétera muy precisos y complejos como son los sentimientos.

De ahí que este filme se erige en un exacto referente para el estudio sociológico de ese modo de “amar” o de enamorarse a distancia, entre rejas, presos y presas con un gesto de las manos, tan curiosa y sensualmente coronados con una sonrisa pícara y “ojitos lindos” y, por supuesto, señas eróticas, sexuales, picantes, libidinosas.

Lo que calla Carpinteros es el lenguaje de señas entre criminales y autoridades, el de las bandas que “-jefean” en Najayo y en La Victoria, la ausencia de tatuajes y la famosa seña de los Latin King. Calla que en Najayo y en La Victoria no hay presos millonarios, solo esos condenados de Dios, desajustados, violentos, hijos de una sociedad abyecta. Aunque, sí, retuerce todo, da una vuelta dramática y profetiza la tragedia a la vuelta de la esquina con haitianos o hijos de haitianos, dominico-haitianos protagonizando hechos delictivos, quizás exactamente como lo hacen nacionales o de origen dominicano en USA o en España, donde los porcentajes son significativos.

En resumen, como dicen quienes mejor saben de las cárceles dominicanas: “El sistema penitenciario está dirigido a cumplir la condena, con el objetivo de resocializar a los individuos. Así que lo que realmente sucede con los presos y presas en RD es lo opuesto, la prisión ya no es una medida de rehabilitación y pasó a ser una sala de torturas, tratos inhumanos y dejan de lado los derechos básicos. La falta de recursos y las inversiones en el sistema penitenciario no contribuyen a la rehabilitación de los presos, más bien salen de las prisiones disgustado con la vida que llevan y cuando regresan a la vida social delinquen de nuevo, y cuando no se convierten en zombis sociales. Por eso es que son los individuos que actúan para que la población experimente cada día más violencia en las calles, y como ya no creen en la justicia, quieren hacer justicia con sus propias manos.”

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