El gran olvidado

Se define como contribuyente a la persona que está obligada a pagar impuestos (o tributos), con la finalidad de financiarle al Estado lo que gasta.

Se define como contribuyente a la persona que está obligada a pagar impuestos (o tributos), con la finalidad de financiarle al Estado lo que gasta. Existen dos tipos de contribuyentes: las personas físicas, que son profesionales liberales o dueños únicos de negocios, y las personas jurídicas, que son asociaciones de varias personas.

Todo, absolutamente todo, lo que un gobierno hace (construcción de carreteras, puentes y plantas eléctricas, prestación de servicios de salud y educación, celebración de efemérides patrias y desfiles de carnaval, premiaciones a mujeres distinguidas, eventos promocionales…) lo hace con el dinero que ha extraído (o extraerá) del bolsillo de esas personas.

Personas con cara y alma, a las que los gobiernos deberían tener la cortesía de convertir en las protagonistas de sus discursos, mencionándolas y agradeciéndoles. Pero que, siendo las que pagan, son permanentemente olvidadas y tratadas como números u objetos.

La gran mayoría de estos seres humanos, que pagan todo lo que un gobierno hace (y lo que dice que va a hacer y no hace) detesta pagar. Pero no le queda más remedio que hacerlo.

Porque el Estado no funciona como un mercado libre, donde la gente solo paga lo que le interesa comprar. El Estado simplemente te obliga a pagar por lo que no te interesa, o por lo que entiendes que no necesitas, so pena de que te cierren el negocio o vayas preso.

Por eso, pagar un alquiler, comprar un automóvil o un vestido nuevo, o gastar en viajes y restaurantes, jamás resulta tan desagradable como pagar un impuesto. Porque no se trata de un pago libre que los ciudadanos realizan por lo que desean, sino de un pago obligado a cambio de lo que al gobierno se le antoje hacer con ese dinero (supuestamente “devolvértelo en forma de algo”).

Y tal parece que esos ciudadanos no acaban de valorar la forma en que los gobiernos les devuelven ese dinero ni de apreciar verdaderamente lo que hacen por ellos. Porque a pesar de todo lo que gastan promocionando sus logros y mercadeando su labor, no hay forma de convencerlos de que deben pagar con gusto.

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