Lo más difícil no es perder…

No importa como se mire, siempre es malo perder. No hay sabor más amargo que el del polvo de la derrota. A lo largo de nuestra vida, las personas libramos muchas batallas, nos alzamos con la victoria en unas y caemos derrotados en otras.

No importa como se mire, siempre es malo perder. No hay sabor más amargo que el del polvo de la derrota. A lo largo de nuestra vida, las personas libramos muchas batallas, nos alzamos con la victoria en unas y caemos derrotados en otras.
Pero como cada día trae su propio afán, seguiremos acudiendo al campo de batalla cuantas veces sea necesario. Esa es la vida, un constante batallar. Quizás, lo bueno de tantas derrotas es que nos enseñan a elegir mejor las armas para el próximo combate y terminamos dándonos el lujo de seleccionar contrincantes más dignos.

Y es que hay adversarios ante los cuales es un honor caer.

De niños nos enseñan que cuando caemos debemos levantarnos y seguir adelante.
Sin embargo, es muy difícil hacerlo cuando somos adultos.

Los niños no tienen conciencia de lo que duele sentirse derrotado ante los demás, sobre todo, ante aquellos que esperan con ansias vernos caer, que dejan de hacer sus cosas y de vivir sus vidas para sentarse a esperar que caigan sobre ti toda clase de desgracias.
Créanlo o no, hay muchos que se dedican a eso.

A pesar de todo, las constantes derrotas que debemos afrontar cada día de nuestras vidas, nos demuestran que no estamos exentos de caer derrotados y que perder no es el final. Es más, muchas veces es solo el comienzo.

A nadie le gusta perder, la sensación de derrota es horrible, es como si careciéramos de interés para los demás, sentimos que aquello que ofrecimos no tuvo el valor que creíamos nosotros.

Ir perdiendo en el camino nos hace ver débiles ante los demás, por eso, cada vez menos personas quieren arriesgarse.

Quizás lo único bueno o provechoso de la derrota es aprender a levantarse, reunir las fuerzas y seguir adelante, con más precaución, con más fe en nosotros y menos confianza en los otros.

Nos hace vivir con la certeza de que el golpe llegará cuando menos lo esperas y casi nunca de frente.

No importa cómo se vea, no importa en cual terreno se pierda, perder es malo de cualquier manera, pero en realidad, lo peor no es perder, lo más difícil es aceptar que se ha perdido.

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