Presencia de Tomasín

El maestro Tomás López Ramos (1931-2010) fue un protagonista de las artes plásticas dominicanas en los últimos sesenta años. Alumno de Celeste Woss y Gil, de Manolo Pascual, de José Gausachs y de Gilberto Hernández Ortega, Tomasín realizó…

El maestro Tomás López Ramos (1931-2010) fue un protagonista de las artes plásticas dominicanas en los últimos sesenta años. Alumno de Celeste Woss y Gil, de Manolo Pascual, de José Gausachs y de Gilberto Hernández Ortega, Tomasín realizó una crecida y extensa obra pictórica, desde sus inicios en los años 50 del pasado siglo. Con sobrio y elocuente dominio del dibujo, de la composición y del color, pintó él innumerables retratos y desnudos, bodegones, paisajes y pormenores urbanos. Pero Tomasín, además, era un estelar conversador —culto, agudo, mordaz—, atributo que lo invistió como un emblema en la cotidianidad urbana de intramuros.

En este encuentro nos habla él de sus maestros y de su trayectoria en el arte. Que sirvan estas vívidas palabras a modo de llama votiva para perpetuar la memoria del artista y del amigo.

PEDRO DELGADO MALAGÓN: Ahora asistimos a tu exposición número trece (aunque la denominaste número catorce) y me pregunto: ¿Qué se descubre después de permanecer, de cumplir cuarenta y cinco años ante un caballete?

TOMÁS LÓPEZ RAMOS: Todos los días se descubren cosas. Es increíble pues, como ves, se le cierra a uno la pupila y llega entonces como un hada madrina. En este caso se trata de un viejo maestro español que te empieza a recordar las cosas que debías de recordarte tú, pero que has empezado a descuidar. Eso fue muy importante para esta última etapa de la exposición mía, tener la ayuda de Juan Francisco Toro de Juanas, uno de los grandes
artistas españoles de la actualidad. Él está en España ahora, pero volverá muy pronto.

PDM: Gran parte de tu obra está formada por retratos y desnudos. Sin embargo, en esta última muestra no aparece ninguno de ellos. ¿Tienes alguna exigencia especial para el retrato?

TLR: En primer lugar, el retrato es un género que no hago profesionalmente. No recibo encargos de retratos y generalmente los realizo de forma espontánea y siempre pinto a mis amigos: amigos que yo admiro, amigos a quienes deseo expresar mi agradecimiento, mi respeto. No traigo retratos en esta exposición porque no quiero mostrar a alguien y que los otros retratados se sientan celosos de su ausencia. Sin embargo, pretendo dentro de un par de años ofrecer una retrospectiva de retratos. Yo debo haber pintado en este país cerca de ciento cincuenta retratos.

PDM: Incluyendo varios autorretratos.

TLR: Incluyendo varios autorretratos. Está toda mi familia, está mi hija, en fin, hay muchas personalidades, hay gente en la calle, hay de todo. Pero eso lo voy a realizar como un regodeo, ¿verdad?, una especie de fiesta.

PDM: De celebración de ti mismo, una suerte del Song of Myself de Walt Whitman.

TLR: Yo diría, un poco, el canto a mi vanidad. Reunir toda esa obra y exponerla es importante que lo haga.

PDM: Pienso que deberías hablarnos de algo crucial, y es tu deuda con los viejos maestros. ¿Qué sobrevive en ti de Hausdorf, de Vela Zanetti, de Gilberto, de Gausachs? ¿Cuál es la herencia que dejan ellos en tu paleta?

TLR: Todos, todos y absolutamente todos tienen una gran trascendencia en mi legado plástico. Pero tengo que señalar, para no ser equívoco cuando hablo de estas cosas tan serias, que el pintor extranjero más importante que ha llegado a este país, y que murió aquí, se llamó José Gausachs. Él fue maestro mío y maestro de mis maestros. Ése quizás sea el aporte más luminoso o más brillante de la emigración española a la plástica dominicana. Aparte, naturalmente, de Vela, del señor Pascual y de sus discípulos.

PDM: Fernández Granell…

TLR: Fernández Granell era músico y aprendió a pintar aquí.

PDM: ¿No sabía pintar?

TLR: No, él sabía pintar, pero aquí fue donde aprendió definitivamente. Pero de eso es mejor no hablar, porque este señor se ha convertido en una especie de vaca sagrada. Aunque, te repito, fue aquí donde aprendió a pintar.

PDM: Bueno, también Wilfredo Lam adquirió aquí muchas cosas de Gausachs.

TLR: No diría yo tanto como que Gausachs lo enseñó a pintar, porque Wilfredo Lam venía de una escuela muy refinada, venía de La Habana y había estado en París. Pero cuando Lam vio las negritas de Gausachs, el trazo, las medias lunas, la maestría en el esbozo, en las manos, eso fue de un impacto tremendo para él. Tanto es así que te contaré ahora que, estando yo en Venezuela (que había hecho Gilberto Hernández Ortega una exposición en Caracas), me preguntan los venezolanos: «¿Quién es este muchacho venezolano que imita a Wilfredo Lam?». Y yo les tuve que decir: «Gilberto no imita a Lam». Y les digo que este muchacho es dominicano, sólo que ellos parten de la misma teta, ellos parten de Gausachs; y luego se encuentran por el milagro de una coincidencia, y ambos germinan en la misma efusión. Porque el gran maestro de Gilberto fue José Gausachs, y quien cambió el estilo totalmente de Lam, que lo hizo famoso en el mundo entero, fue también José Gausachs. Y eso sucedió aquí en Santo Domingo.

PDM: Gausachs fue amigo de Picasso.

TLR: Gausachs y Picasso compartieron la bohemia de Barcelona y de Montmartre. Fueron grandes amigos y luego José, el profesor José Gausachs, siempre estuvo muy resentido de que Picasso, en su gran prosperidad, nunca se hubiera ocupado de él.

PDM: Tú conociste a Picasso y me narraste un suceso en torno a su relación con Gausachs.

TLR: Pues sí, esta es la anécdota que te refería. Estando yo en un viaje con mi primera mujer, vi en una playa, en Biarritz, Francia, a un señor que me pareció que era Pablo Picasso. Yo era un muchacho de veinticinco, veintiséis años, y salí corriendo desesperadamente. Me pararon dos guardaespaldas y yo grité: «Maestro, soy discípulo de Gausachs», y Picasso les dijo: «Déjenlo, déjenlo pasar». Me preguntó por Gausachs y yo le dije la situación en que estaba, las circunstancias en que se desenvolvía y que no eran prósperas. Entonces él sacó una tarjeta, me brindó una copa de vino —algo que me dicen que es muy raro que hiciera Picasso— y me dio la tarjeta donde decía: «José, llámame, por favor, llámame a estos números. Cualquier cosa que tú necesites, tú me llamas, estaré esperando tu llamada». Yo vengo con mi tarjeta, orgulloso como un pavo real, imagínate, yo con aquella joya, y le digo al maestro Gausachs que lo quería ver. Él me complació y fue a la barra del Hotel Comercial. Entonces le entrego la tarjeta, él la lee y me dice: «¿Y es ahora cuando este hijo de la gran puta se acuerda de mí?» Y la rompió en diez pedazos…

PDM: Picasso hecho confeti..!

TLR: Eso es historia patria. Muy típico de Gausachs.

PDM: Y tu relación con Gilberto Hernández Ortega, que fue un maestro más directo. Si bien Gausachs fue un maestro de tu maestro, Gilberto fue tu mentor directo, tu hermano tutelar.

TLR: Gilberto es de los grandes pintores dominicanos de todas las épocas. Para buscar la comparación con Gilberto hay que remontarse a otras playas, y que me perdonen los colegas que estarán de acuerdo conmigo si son sinceros. Gilberto es uno de los grandes pintores de este siglo. Tuve la suerte, por esas cosas del destino, de que él me acogiera como su discípulo. Compartimos un estudio de pintura catorce años. Él me enseñó muchas cosas y muchos de los cuadros de Gilberto tienen la mano mía, porque él me decía: «acábame este pan», «hazme este fondo», «esta pamela no me está quedando bien, mira a ver cómo la resuelves…». Y nos llevamos fraternalmente, en una amistad inolvidable, hasta que mi pobre profesor, mi pobre amigo, mi gran Gilberto decidió irse a pintar a otro lado, muy lejos de este mundo. Desde ahí me ilumina, desde ahí… (Fragmento de una conversación en junio de 1998). 

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas