Primera carta de Bonnelly a Balaguer

Carta de Bonnelly a Balaguer (1 de 2) Publicada el 17 de julio de 1978 En carta que Rafael Bonnelly le dirigiera a Joaquín Balaguer, y que El Caribe publicó el 17 de julio de 1978, el primero se refiere a los párrafos en…

Carta de Bonnelly a Balaguer (1 de 2)

Publicada el 17 de julio de 1978 En carta que Rafael Bonnelly le dirigiera a Joaquín Balaguer, y que El Caribe publicó el 17 de julio de 1978, el primero se refiere a los párrafos en los cuales se sintió aludido en el discurso pronunciado por el segundo en relación con los resultados de las elecciones de 1978. A través de esta carta, Bonnelly confiesa que “ambos fuimos golpistas el 23 de febrero de 1930” con lo que alude al golpe de Estado de Trujillo contra Horacio Vásquez. Señala, sin embargo, que años después siguieron derroteros políticos diferentes. Pero, la parte más importante de esta carta es el señalamiento que hace Bonnelly a Balaguer de que “usted fue el principal corifeo” en el golpe de Estado del 16 de enero de 1962 al Consejo de Estado.

Bonnelly señala también que “tiene una muy singular característica el derrocamiento del Consejo: es la primera vez en la historia del mundo que un jefe de estado se da un golpe de estado a sí mismo y que luego, con el mayor desenfado, juramenta a su sucesor.” Esta afirmación de Bonnelly coincide con los planteamientos de Balaguer en su carta marzo de 1962: Balaguer no renunció, fue depuesto por un golpe de Estado. Lo único, que Balaguer nunca se atribuyó a sí mismo ser el autor de la asonada de enero de 1962… utilizó a Rodríguez Echavarría como el perpetrador… La semana que viene reproduciremos la segunda parte de esta carta.

Doctor Joaquín Balaguer, Excelentísimo Señor Presidente de la República Señor Presidente: No es por el insano y sádico placer de sembrarle su camino de abrojos, ya bien poblado de hirientes espinas, por lo que en las actuales circunstancias me dirijo a usted de nuevo.

Es el llamado de los detractores de alquiler y de los libelistas de oficio, que suelen acreditarse ellos mismos como heraldos de su voz lo que me hace otra vez acudir a su encuentro. Y me apena, créame, escuchar de sus labios, que como artista de la palabra están habituados a la expresión de sentimientos nobles y elevados frases que los manchen con inculpaciones injustas, deshonrando de esa manera la verdad histórica que ambos conocemos al dedillo por haber sido los dos, conjuntamente, protagonistas en sus variados y dramáticos episodios.

Es porque creo, como Voltaire, que de la calumnia y de la detractación siempre quedan en el trasfondo de la conciencia colectiva sedimentos infames, por lo que no puedo dejar de vindicarme de improperios sin que, al mismo tiempo, preserve el aprecio de tantos hombres respetables que me favorecen con su estima y con su generosa distinción. No hay uno solo de los que hayan leído con minuciosa atención y con despierta inteligencia su última peroración ante las cámaras televisoras, que dadas las circunstancias concretas que rodearon la situación que usted describe, que no haya concluido que es a mi persona, entre otras, a quien usted alude cuando dijo:

“Esta sentencia -la de la Junta Central Electoral del 7 de este mes- ha sido acerbamente criticada por nuestros juristas políticos, entre los cuales hay algunos que son profesores de esta clase de intríngulis, quienes han calificado esa decisión de la Junta Central Electoral como inconstitucional”. Más adelante, en su ardorosa y polémica declaración, usted, Doctor Balaguer, agregó esta suposición incriminatoria que ya habíamos oído vinculada a mi nombre y apellido, como el nombre y apellido de otros egregios intelectuales, por labios de uno de sus voceros más grandilocuente y calificado: “Es posible -¿quién lo duda?- que muchos sectores que hoy apoyan al Partido Revolucionario Dominicano estén ya, por debajo, preparando, como en el 1963, la zancadilla mortal con que interrumpirán sus gestiones al frente de la cosa pública”.

En primer término, por lo que hace a la primera alusión a mi persona, y a las personas que se asociaron a mi parecer, de qué manera un cultivador de las buenas letras, como usted, Doctor Balaguer, que se ha destacado y distinguido espigando en el campo de la filología y de la semántica, incurra en el desacierto de considerar mi censura a la sentencia de marras como propia de “profesores en esta clase de intríngulis”. Si nos atenemos a la definición de la Academia, se entiende por intríngulis la intención solapada u oculta que se entrevé o supone en una persona o acción. Y yo, y los otros, hemos expresados nuestros reproches a aquel esperpento jurídico, públicamente y a la luz del sol, basados en los fundamentos que ofrece la constitución, que declara el ejercicio del voto como personal, secreto e intransferible y que condena, como nulo de pleno derecho, todo acto que convenga a cualquiera de las cláusulas encerradas en el Estatuto Orgánico de la Nación. Más claros y limpios que esos razonamientos, permítame emplear la metáfora que le es grata, ni el agua.

A este respecto debo decirle cosas que aun para mí me resultan ingratas y mortificantes. En ese mensaje, demostró usted al desnudo, usted, que juró ante la Asamblea Nacional por Dios, por la Patria y por su Honor cumplir y hacer cumplir la Constitución y las Leyes de la República Dominicana, sostener y defender su Independencia, respetar sus derechos y llenar fielmente los deberes de su cargo, que ha desertado de sus obligaciones constitucionales para colocarse en un plano de ilegalidad y defender, desde este bastión, una causa injusta, repudiada por la generalidad del pueblo dominicano.

Es puesto en ese camino de la ilegalidad desde donde usted felicitó, empleando términos excesivamente laudatorios, a los tres miembros de la Junta Central Electoral que dictaron la tristemente célebre sentencia, del 7 de julio en curso, que arbitrariamente despoja al Partido Revolucionario Dominicano de cuatro senadurías y una diputación, para regalárselas al Partido Reformista que consigue así una mayoría que no tenía. De esta manera en la Cámara Alta figurarán cuatro senadores de facto, porque sus credenciales no están refrendadas por el voto popular.

Lo ilícito, Señor Presidente, no amerita ser alabado y menos por quien como usted, ostenta la máxima magistratura del Estado. Quiero agregar que tampoco ese acto ilícito puede, como usted ha dado en suponer, contribuir a superar la crisis económica, política y social que nos abate desde el instante en que, en la madrugada del 17 de mayo, se adoptó y se puso en práctica, según su propia confesión, “una medida inconsulta adoptada por la jerarquía militar que interrumpió el conteo de los votos”.

Debo dejar constancia que quienes censuramos aquel inaudito dictamen, nos sentimos honradamente acompañados por el testimonio de profesionales del derecho, por la prensa radial y escrita, por representativos de los diversos sectores del país y por altos prelados de nuestra Iglesia que también se sintieron preocupados por el futuro de la nación.

¿Hemos sido usted y yo alguna vez golpistas?

Otros de los gratuitos agravios con que se han atrevido intentar desdorar mi conducta pública mis adversarios políticos, es la de pintarme como un profesional de la insurrección, como un acérrimo y pertinaz estratega de infortunados golpes de estado. Si ahora recojo, para defenderme, esa maligna especie, ello obedece a que usted hizo, prohijándola, referencia a esa calumnia en su mencionada alocución. No puedo dejar de defenderme sin incurrir bajo la estigmatizaste sentencia de Domingo Faustino Sarmiento: “El que no se atreve a dar buen testimonio de sí mismo, es casi siempre un infame que sabe y teme el mal que pueda decirse de su persona”. Para hacer reducir la verdad en este orden de cosas, ahora sobre todo que usted está consagrado a escribir sus Memorias, voy a recorrer un largo camino de índole histórica, aún a riesgo de apurar la paciencia ajena y proporcionarle enfados y tedios penosos.

Desde el año 1930 hasta la fecha hemos tenido actos que pueden calificarse de golpes de estado y en los cuales han participado activamente las Fuerzas Armadas. Por orden cronológico ellos son: 1ro. Derrocamiento del gobierno constitucional del General Horacio Vásquez. Como usted, Señor Presidente, es dueño de una memoria privilegiada, lo invito a recordar, para que quede también grabado en sus Memorias, cómo se gestó el Movimiento Cívico que con apoyo de los institutos castrenses culminó con la caída de aquel régimen.

Continuará la próxima semana.

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