Turistas de antaño (2 de 3)

Segunda parte del discurso en la presentación del libro “Los primeros turistas en Santo Domingo”, crónicas de viajeros (1850-1929); Casa de Bastidas, Santo Domingo, febrero de 1993. W S. Courtney, geólogo norteamericano, preparó en…

Segunda parte del discurso en la presentación del libro “Los primeros turistas en Santo Domingo”, crónicas de viajeros (1850-1929); Casa de Bastidas, Santo Domingo, febrero de 1993.

W S. Courtney, geólogo norteamericano, preparó en 1860 (en los días del gobierno de Pedro Santana) un informe sobre el potencial minero del país. Su visión del país es agudamente crítica. Aunque definió a los dominicanos como “uniformemente honestos, hospitalarios y sencillos”, no escatimó señalar que “ellos son enemigos del trabajo y buscan ganarse la vida de la forma más fácil y con el menor gasto de esfuerzo”. Para luego añadir que “vegetan en una apatía incurable y que ninguna tentación de riqueza los sacará de su indolencia o letargo”.

Las crónicas de la Segunda República se inician con el relato de Susan DeForest Days, millonaria neoyorquina que llegó al país en 1898, a bordo de su yate “El Escita”. Ya antes de pisar suelo dominicano, la señorita DeForest Days sabía que Lilís fusilaría al piloto del puerto si este permitía que un barco encallara.
Después, visitó a Heureaux y lo definió como “un personaje bastante imponente, bien vestido en un traje azul oscuro, de tela irreprochable (…)”; ante quien llegó a sentirse, empleando sus palabras, “en presencia de un hombre extraordinario, aunque sea negro”.

Más tarde, la dama norteamericana conoció la catedral y los huesos del Gran Almirante. Ya en la calle, se asombró con las “señoritas españolas de cejas negras, no adornadas con mantilla, rosas y abanico, sino vestidas con corpiños y, ¡ay!, pantaletas que pasan raudas en bicicletas”. Al final, la señorita DeForest Days se refirió a Lilís como “uno de los hombres más interesantes que hemos conocido y probablemente uno de los más inescrupulosos”. Luego terminó bautizándolo como el “Napoleón Negro de las Indias Occidentales”.

Ella Wheeler Cox, viajera norteamericana procedente de Haití, desembarcó en el puerto de Santo Domingo en 1909, cuando gobernaba Ramón Cáceres. De ella es esta frase: “La muchedumbre en el muelle parece que está allí con algún propósito, con algún objetivo. Por ningún lado era visible el espíritu del holgazán ni del mendigo; ni asomo del bárbaro ocioso que prevalecía por dondequiera en Haití”.

Al referirse a la composición racial dominicana, dice la señora Cox: “El Presidente de la República (Ramón Cáceres) es un mulato, y hombres y mujeres que lucen blancos frecuentemente resultan ser ‘casi blancos’, al casarse, sin ningún reparo, con familias de extracción pronunciadamente africana”. También apunta: “A menudo en una familia se encuentra el delicado tipo castellano, mientras que en otro miembro de la familia, un hermano o una hermana, se nota claramente la descendencia de Etiopía. Pero estas diferencias no causan prejuicios de clases en Santo Domingo. La mayoría manda y es respetada. Esta mayoría es el elemento de color”.

El escritor norteamericano Hyatt Verrill, autor de un libro sobre Puerto Rico y la República Dominicana, visitó el país en 1914, no sabemos si durante el gobierno de José Bordas Valdez (hasta el 27 de agosto), de Ramón Báez (entre el 28 de agosto y el 5 de diciembre) o de Juan Isidro Jimenes (a partir del 6 de diciembre). Verrill analiza la economía nacional, las gentes y sus costumbres, los caminos y el transporte, así como los pueblos y sitios de interés en el interior de nuestro territorio. Dice él: “Los dominicanos tienen pocas costumbres nativas (…) La más relevante peculiaridad es su pasión por la revoluciones (…) Los dominicanos dan la impresión de considerar estas rebeliones casi como un pasatiempo, y aun cuando pelean enconadamente y muestran en ocasiones mucha valentía, disparan mal y están tan pobremente entrenados y equipados que sus luchas más parecen ser una ópera cómica que una verdadera guerra”.

Señala Verrill, poco más o menos que asombrado: “En una ocasión vi a dos dominicanos, pertenecientes a partidos políticos opuestos, que estaban disparándose a través de un camino. Después de un tiempo, uno de los hombres recostó su arma contra un árbol, buscó en sus bolsillos y ondeando un trapo blanco al enemigo, le gritó: ¿tiene usted cigarrillos? En respuesta a esa bandera de tregua, el segundo combatiente puso a un lado su arma, buscó en sus bolsillos y, después de un momento, respondió alegremente: ‘Sí señor, venga para acá’. Después de lo cual mis dos guerreros amigos abandonaron sus armas, avanzaron al centro del camino, se acuclillaron y se pusieron a fumar sus cigarrillos; finalmente se despidieron, ya como excelentes amigos, y olvidaron sus diferencias por lo menos por ese momento”.

Luego continúa su comentario acerca de las revoluciones: “Aun durante el fragor de una batalla revolucionaria no es inusual que fuerzas opositoras se detengan con el fin de que algún fotógrafo les haga unas fotos, las cuales serán vendidas más tarde como postales”. Acerca de la afición belicista del dominicano expresa lo siguiente: “A menudo uno ve hombres con dos machetes (uno como el implemento ordinario de labranza y el otro un arma larga, afilada, con mango labrado, tipo cimitarra, colgada al hombro), un pesado revólver Colt o Smith & Wesson, un cuchillo tipo daga y una escopeta o mosquete. Aun cuando lucen como arsenales ambulantes, hay comparativamente pocas peleas entre los nativos, porque son un grupo pacífico y gentil de corazón, dispuestos a compartir hasta su último centavo o plato de frijoles con un extraño, o dejar su hogar y su lugar a su disposición”.

Samuel Guy Inman, norteamericano, intelectual y líder religioso, representante de las iglesias protestantes de su país, estuvo en Santo Domingo en 1919, durante la intervención norteamericana. Son suyas las observaciones que siguen: “Esta capital no tiene tranvías, ni alcantarillas, ni agua, ni sistema telefónico; sólo algunas plantas eléctricas privadas y ni un solo edificio construido específicamente con propósitos escolares (…) El analfabetismo de la isla está calculado de 90 a 95 por ciento para personas sobre los diez años de edad. Muchos campesinos no tienen conocimiento de los números sobre cinco (…)”.

Continúa Guy Inman: “Prácticamente no hay carreteras y la parte norte y la parte sur de la isla son como dos países diferentes (…) Encuentro la parte norte de la isla más progresista que la del sur, con mayor promedio de sangre blanca (…) El transporte por el interior es sorprendentemente inadecuado, siendo efectuado por medio de limitadas líneas de ferrocarril, un extenso sistema de senderos ‘navegables’ a caballo y en bueyes en las estaciones más secas y unas cuantas millas de carreteras pavimentadas que están aumentando (…)
Al referirse a la disponibilidad de alojamiento, indica: “Como en casi todas las Indias Occidentales, las facilidades hoteleras no son precisamente lujosas, pero sí se encontrará que son bastante cómodas y notablemente hospitalarias y libres de ladrones. En cada ciudad grande hay familias privadas, tanto locales como extranjeras, que están dispuestas a tomar inquilinos. En la ciudad de Santo Domingo hay varios hoteles aceptables, siendo el ‘Francés’ el mejor. En Puerto Plata, el ‘Europa’, bajo administración italiana, está por encima del promedio de los hoteles en el trópico. También el ‘Tres Antillas’, un hotel puertorriqueño, es bastante bueno. En Santiago, el ‘Garibaldi’, también administrado por italianos, es el mejor. En La Vega hay poco de dónde escoger entre un lugar español llamado el ‘Ayuso’ y el ‘Clemens’, bajo administración francesa. Las tarifas son razonables, promediando unos cuatro dólares por día, plan americano, en los mejores hoteles de las ciudades”.

Al compararnos con Haití, él afirma: “Para comprender a Santo Domingo se tiene que tener siempre en mente que, a diferencia de Haití, su herencia histórica, su religión, sus problemas, sus ideales y su cultura son hispanoamericanos (…) La conciencia española es fuerte, a pesar de la omnipresente mezcla de sangre africana. El alcaide muy negro de una ciudad del interior le dijo a un oficial naval americano en el curso de una conversación: Su argumento está muy bien para los anglosajones, pero nosotros los latinos somos diferentes”.

De particular interés resultan sus comentarios en torno al tema de las uniones libres: “A un respetable hombre de color, con una posición de responsabilidad en una plantación, jefe de una familia grande pero no casado con la mujer con la cual había vivido por más de veinte años y a la cual parecía dedicado, un amigo americano le pidió que se casara con esa mujer, pero la respuesta fue una rotunda negación. Dijo el hombre: si me caso con ella, ella sabrá que tengo que sostenerla y puede volverse descuidada y haragana; sabiendo que puedo dejarla cuando lo desee, ella continuará comportándose. Una persuasión similar se le aplicó a la ‘esposa’ y produjo una respuesta casi idéntica: la mujer de un ‘matrimonio consensual’ temía que su esposo hiciera el amor a otras mujeres si ella estaba unida a él legalmente, ¡algo que no se atrevería a hacer ahora, por miedo a que ella lo dejara..!” l
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Segunda parte del discurso en la presentación del libro “Los primeros turistas en Santo Domingo”, crónicas de viajeros (1850-1929); libro en el que Bernardo Vega reúne y comenta los relatos de un puñado de viajeros, norteamericanos y europeos, que conocieron nuestro país entre 1850 y 1929. Acto celebrado en Casa de Bastidas, Santo Domingo, en febrero de 1993.

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