GUMDA, Nepal. Con las palmas unidas en señal de súplica, mujeres nepalesas imploraban por alimentos, refugio y cualquier suministro que un helicóptero hubiera traído a esta aldea montañosa devastada cerca del epicentro del colosal terremoto que mató la semana pasada a más de 5,000 personas.
En contraste con la capital Katmandú, donde la mayoría de los edificios no se derrumbaron completamente, los caseríos que están al pie de las montañas en el distrito de Gorkha quedaron asolados. Las viviendas quedaron reducidas a montones de escombros de piedras y madera astillada. Las lonas de color naranja utilizadas para cubrir los techos estaban dispersas por las terrazas escalonadas de los arrozales excavadas en las laderas.
“Tenemos hambre”, reclamó una mujer llorosa que dijo llamarse Deumaya, mientras se señalaba el estómago y abría la boca en señal de desesperación. Otra mujer, Ramayana, con los ojos desencajados, repetía como una letanía “¡Hambre! ¡Estamos hambrientos!”
Pero los alimentos no son la única necesidad en estos parajes lejos de los caminos pavimentados, el tendido eléctrico y otras ventajas del mundo moderno. En estos días hasta el agua escasea. La comunicación es dificultosa. Y la atención médica moderna es un lujo que muy pocos aquí han visto jamás.
Gumda es una de un puñado de aldeas que recibieron toda la fuerza del terremoto de magnitud 7.8 que sacudió la tierra el sábado.
En contraste con la capital Katmandú, donde la mayoría de los edificios no se derrumbaron completamente, los caseríos que están al pie de las montañas en el distrito de Gorkha quedaron asolados. Las viviendas quedaron reducidas a montones de escombros de piedras y madera astillada. Las lonas de color naranja utilizadas para cubrir los techos estaban dispersas por las terrazas escalonadas de los arrozales excavadas en las laderas.