Las tensiones entre la República Dominicana y Haití han crecido de manera abrupta en las últimas semanas. En ambos países parecen estar prevaleciendo las posturas con mayor carga de prejuicios y las que promueven los discursos y las políticas más agresivas contra la gente y el gobierno “del otro lado”.
En la República Dominicana, desde hace muchos meses, con una militante participación de algunos medios, el estado de opinión ha estado siendo agudamente agitado por los sectores más antihaitianos, aquellos que desde una visión decimonónica y excluyente de lo que es una Nación, ven en la migración irregular y hasta en los dominicanos descendientes de migrantes una amenaza a la soberanía y la integridad nacional.
En Haití, las posturas antidominicanas no podían encontrar mejor oportunidad para hacerse sentir que cuando el discurso antihaitiano toma cuerpo al otro lado de la frontera. Allí el oportunismo político está emergiendo con fuerza, y explota con mucho vigor aspectos sensitivos como la discriminación contra los migrantes y el comercio desigual.
De esta manera, el antihaitianismo dominicano y su contraparte antidominicana en Haití se alimentan mutuamente y amenazan con engullir al resto, reduciendo las posibilidades de entendimientos mutuamente convenientes.
Pero lo que está en juego es mucho, y la preeminencia de los “anti” constituye una seria amenaza no sólo para las relaciones políticas y sociales en sentido amplio, sino para la economía. Los vínculos entre ambas economías son lo suficientemente profundos como para que una disrupción significativa de ellos implique severos costos y dolorosos reacomodos.
Por una parte está el comercio binacional formal de más de mil millones de dólares, constituido casi en su totalidad por exportaciones dominicanas de productos industriales hacia Haití. Una exacerbación de las tensiones puede implicar la interrupción o la disminución significativa de ellas. Cerca de un tercio es exportaciones desde las zonas francas dominicanas hacia las zonas francas en Haití. Bloquear o hacer inseguro el tránsito de estas mercancías compromete el empleo y la actividad económica en territorios específicos del país y de Haití, lo que podría exacerbar las presiones migratorias hacia la República Dominicana.
Los dos tercios restantes son exportaciones del sector industrial dominicano. El mercado haitiano se ha tornado muy importante para la industria local, en particular para actividades como la fabricación de cemento, varillas y productos plásticos, y la elaboración de alimentos procesados y de agroquímicos. Una reducción de esas exportaciones reduciría la producción manufacturera en Santo Domingo y Santiago. Junto a esto, parte importante de la población haitiana se abastece de productos dominicanos. Entorpecer el comercio transfronterizo obligaría a esa población a abastecerse por otros canales y con precios potencialmente mayores.
Por otra parte está la población migrante que trabaja en la agricultura, la construcción y otras actividades. Si las tensiones crecen al punto de entorpecer la migración circular (de ida y vuelta) de trabajadores, y si ganan terreno las pretensiones de que se efectúen procesos de repatriación masiva, esos sectores se verán seriamente afectados. La fuente de mano de obra barata se reduciría, y con ello los márgenes de beneficio de las explotaciones agrícolas de mayor tamaño y de las empresas constructoras. Aunque pocos se quejarían por ello, también hay que decir que disminuiría la capacidad de sobrevivencia de la pequeña agricultura. En ambos casos se generaría una presión al alza en los precios de los alimentos, y la actividad económica rural se podría deprimir.
Responder a eso con más tecnología y mayor productividad, un tarea pendiente desde hace décadas, toma tiempo y demanda de políticas y estímulos bien pensados y diseñados. El éxito está lejos de estar garantizado, y no habría salidas a corto plazo.
Por último están las remesas. Si hay menos migración de haitianos, hay menos remesas desde el país hacia Haití, lo cual también se revierte en menos compra de productos dominicanos en ese mercado.
Disminuir o modular la dependencia de la fuerza de trabajo migrante y diversificar mercados de exportación son opciones de política a considerar, y para ello hay un menú de políticas migratorias, laborales y comerciales. Pero la histeria, el discurso agresivo y el prejuicio pueden conducir a rupturas con costos altísimos e irrecuperables para todo el mundo.