Si bien el concierto de Serguei Rachmaninov número 2 para piano y orquesta es el más conocido e interpretado por los grandes solistas, muchos críticos y seguidores del compositor sostienen que una de las piezas más difíciles del legado clásico romántico europeo es su No. 3, en re menor, opus 30, para el mismo instrumento. Esta soberbia composición del célebre compositor y pianista ruso fallecido en 1943, fue completada en 1909 y estrenada ese mismo año en la ciudad de Nueva York, con notable éxito. Consta de tres movimientos, un primer allegro en re menor, un intermezzo- adagio en fa menor-re menor y un final “alla breve”, rápido y vigoroso, en re-menor re mayor, al que se entra sin pausa desde el segundo movimiento y en los que se vuelve a los temas de los dos primeros imprimiéndole al concierto una unidad temática impresionante. A pesar de su belleza este concierto no figura en los repertorios de los grandes pianistas debido a sus grandes exigencias técnicas. Sus biógrafos dicen incluso que el famoso pianista, Józef Hofmann, a quien le dedicó el concierto, nunca lo interpretó en público.

El concierto fue posterior al fracaso de su primera Sinfonía, concluida en 1895 y estrenada dos años después, a la que Rachmaninov le dedicó mucho tiempo y esfuerzo. Tras ese tropiezo, entró en depresión alejándose de la composición para dedicarse a la interpretación, en lo que se le consideraba uno de los más reputados de su tiempo. Tras el estallido de la revolución, Rachmaninov abandonó Rusia y se estableció en París, trasladándose en 1920 a los Estados Unidos, donde residió hasta su muerte en 1943.

En toda buena interpretación del Concierto No. 3, como la que escuchamos en septiembre del 2012 en el Teatro Nacional por Antonio Pompa-Baldi, medallista del concurso Van Cliburn, puede apreciarse la belleza y la calidad técnica de este memorable legado musical de Rachamninov.

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