Tin marín de do pingüe…

La reforma fiscal será aprobada. A más tardar con toda seguridad la semana próxima. Y los empresarios la aceptarán porque…

La reforma fiscal será aprobada. A más tardar con toda seguridad la semana próxima. Y los empresarios la aceptarán porque el gobierno la “flexibilizará”, como ha dicho el presidente del Senado, para hacerla más potable a sus intereses.

Naturalmente, los efectos serán los mismos, más desempleo e inflación, sin que pueda predecirse lo que pueda pasar después. Al final, no serán los empleadores quienes realmente paguen las consecuencias.

Como todo en la vida también habrán ganadores y habrá que felicitar a los diseñadores del plan, porque los objetivos básicos de la propuesta serán alcanzados: darle al gobierno más recursos para seguir en lo mismo y librar de toda responsabilidad a los causantes del mayor déficit fiscal y desfalco del tesoro público en la historia dominicana. Vendrán los abrazos y las felicitaciones, con los consabidos comunicados resaltando la buena voluntad entre las partes.

El problema  grande podría llegar más tarde, Dios no lo permita, cuando la población comience a sentir los efectos en su diario quehacer, con aumentos en los combustibles, la electricidad, los alimentos, el transporte, las medicinas y los servicios públicos de memorable deficiencia se tornen más intolerables y lleguen los despidos; cuando los programas de caridad del gobierno y las nominillas no alcancen para todo el mundo. Y me pregunto, en inútil soliloquio: ¿Quién controlará los posibles desbordamientos? ¿Qué diques de contención soportarían las aguas desbordadas. ¿La oposición? Sabemos que no existe. ¿Con quién o quienes habrá que negociar entonces?

Me asalta la sensación de que en la esfera gubernamental nadie se ha dado cuenta de que la fortaleza del oficialismo es tal que en ella radica su debilidad. El control de todos los poderes del Estado los dejará sin interlocutores válidos y al país probablemente a merced de fanáticos y radicales.

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